En el bosque de apamates me enamoré (III parte)

Pasan y pasan los años... muchos soles... muchas lunas
Y en esta linda canción, acompañada de neblina,
Muchas tardes a las tres, se cruzan tiernas miradas
Juan, que a Dios juró amor, y la pequeña Faustina.

Y nace así la incertidumbre, duda y fe se entrecruzaron,
Para el hijo de Queniquea que al Nazareno seguía,
Y que en las verdes montañas el rostro grácil contempla
Enternecido y confuso, en los ojos de Faustina.

¡Dios Santo, aquella mirada! ¡Labios que a besar convidan!
Las flores de los apamates parecen cómplices ser,
Al seguir el dulce compás de aquel naciente romance
Que a estas dos vidas santas se empecina en envolver.

Mas, piadosa mirada al cielo, el silencio envuelve su faz,
Un silencio de oración como buscando obediencia,
A Dios a quien tanto aman y de quien piden clemencia,
Pues Morfeo insta sus vidas a las delicias de amar.

Pero pudo más el amor sagrado que inspira su devoción
En Aquél que a todos redime y les quiere para sí,
Ella volverá al recinto en memoria de la PASIÓN
Que el DIVINO padeciera con entrega y frenesí.

Los apamates se aquietan, el viento no canta ya,
Juan y Faustina no explican lo que aquel día sucedió
En un abrir y cerrar de ojos, en el tiempo de su amistad
Cuando estuvieron tan cerca de caer en la tentación.

Ya no hay prisa cuando el reloj, las tres de la tarde marca,
Faustina vuelve al silencio de su quietud y oración,
Juan vuelve al ara sagrada, a la Santa Eucaristía,
Retoma con viva fuerza, la promesa a Nuestro Señor.

Ella sabe que aquél varón, que se encuentra atado a Roma
Es un amor prohibido que está presta a respetar,
Y así, entre rezo y silencio, solita con su dolor,
Pide a Cristo le perdone, ella no quiere pecar.

Juan le escribe sereno, compartiendo su dolor,
Pide a Faustina perdone sus impulsos y aquella hora
En que sus ojos cruzaron la tentación de un momento
Por el que ahora del Cielo, consuelo y perdón implora...

(continuará...)