Economía sumergida

No era del todo un desastre
la shisha que me prestaste;
era única en su tipo,
ella sola curaba hipos;
albergaba un raro encanto
solo visible entretanto
abrazaras al espanto.

¡Cuánto odio al nubarrón!,
que sobre mí se posó,
que una sonrisa me esboza
cual quien no quiere la cosa
va trasladando el agua
tal que si no pese nada
hasta llegar a la fragua
que ya no forja espadas
que no sean de hojalata.

Cuando hablaste del submundo
pensé que era más profundo
dijiste "no es tan raro
que arriba sea abajo,
que, el perno ha desmoronado
el borde del acantilado";
"no es tan raro –decías–,
porque abajo es arriba,
el tótem es la mentira".

He tirado a la basura
la shisha de tu usura;
no he de ver inyectarse
otra vez mis ojos en sangre,
siempre el mismo detonante:
el ceño fruncido constante
que antaño me contagiaste.

Y detesto la cadencia,
la llegada sin decencia
de unos muy lastimeros
veteranos carpinteros
que no saben atar nudos,
que no fabrican escudos
que no sirvan de embudo

ante escandalosos coros
que farfullan sin decoro
que abrazaré sin desgaste
la shisha que me dejaste
aunque la surquen las grietas
y éstas filtren nubes prietas
que acaparen la alcoba
y yo me pierda en la escoria;
escúrranme con la escoba.