Aquel dia

poema de Kerl

¡Oh mi vida! ¡Oh vida mía!
Que es sino un desfile de penurias
un valle de tristezas lleno de hambrunas.
Se han marchitado, han perdido su brillo
las flores que corte con ese cuchillo.
Como aquel joven feliz que hoy se ha arrugado
de él se han olvidado, si, en un asilo abandonado.

Injusticias por doquier abruman mi alma
angustiado he perdido la calma.
Cabalgando ya viene, un castigo muy duro
¿Y cuál fue mi delito? le pregunte a mi verdugo
el bárbaro rió y como a un maldito me condeno a muerte.
Fue solo una pesadilla, un sueño incoherente
uno de tantos que ha creado mi mente.

La sombra de este mundo me va cubriendo
con sus males y desprecio me hago daño.
En duelo eterno salgo corriendo
pues mi alegría se la ha llevado el viento.
Me han encendido fuego y me quemo
estoy muriendo y aun la vida quiero
en este agrio escrito, mis penas dejo al descubierto.

Busco consuelo en mi triste mente
pues no he podido dormir augustamente.
Bajo mi almohada he acumulado mis penas
aunque me duela, quiero cortarme las venas
pues solo dios sabe mi amargura verdadera.
Lucho con mi sabana traicionera
cuando vine al mundo así era, solamente ceguera.

Un pinchazo largo perfora mi piel
me deja envenenado como abejas por miel.
Cierro mis ojos mientras tiemblan mis manos
estoy ansioso, aunque es muy temprano
angustiado y fuerte he tocado mi piano.
Otro día más veo al sol salir
tras una eterna noche sin dormir.

Entonces pensé en aquel hombre mayor,
aquel hombre marchito que ayer rió
que hoy está solo y en dolor.
En este mundo ¿Quién se preocupa por él?
En un terrible desdén llore por aquel
pues reprime su silencio en el holló de su ser.
Alguna vez se casó, pero su esposa sus ojos cerro.

Todos los días el solía hacer eso
me lo encontraba en aquel árbol de cerezo.
Como lo hacía un maestro el predicaba
veía hacer lo que felizmente le gustaba.
Lo veía sonreír con ese tierno rostro,
aunque por dentro su corazón se quebraba
el jamás amargo su alegre mirada.

Ahí estaba el cuándo me vio
aquel hombre me sonrió y poco a poco se acercó.
Respiraba violentamente de los nervios que sentí
me pregunto cómo estaba, entonces le respondí.
Después de hablar un rato me calme,
fue entonces cuando empezó a llover
y me invito a su hogar para tomar un café.

Estando ahí con un rostro extasiado
el hombre me hablo de su pasado.
Jamás olvidare sus palabras sabias
vivencias de una corona blanca.
Me vi reflejado en su penoso afán
pues aquel hombre también sufrió
pero eso no lo debilito, pues él siempre sonrió.

Me mostro un cuadro con rostros del pasado
memorias bellísimas de una alegre vida.
Hablo de su hogar allá en el campo
de una hermosa casa en un verde prado.
Me conto que en un peñasco a su esposa conoció
su querida compañera que por siempre lo amo
y ambos se convirtieron en siervos de dios.

Desde ese día el alborozo reino mi vida
un amigo fiel, como parte de mi familia.
Supe que no eran palabras vacías,
pues me dio el secreto para sonreír
“Compra la verdad misma y no la vendas”.
Me mostro la verdad y jamás la vendí
como esa bella rosa, yo siempre la atendí.

Aquella esperanza penetro mi alma
perforo mi corazón y me dio gran calma.
Como un proclamador a dios le di mi lealtad
junto a el estuve con una bella hermandad.
Saboree miles de experiencias
jamás olvidare aquellas vivencias
pues hasta ahora son parte de mi herencia.

Todo esto fue gracias a él
me dio una familia y un amigo fiel.
Al que tanto quise con todo mi ser
con quien platique hasta el amanecer.
Desde aquel día me vio crecer,
es una pena que mi amigo no este
pues hace poco sus ojos cerro.

A quien tanto pude entender
de el tengo mucho por aprender.
Su dolor no nublo su juicio
pues una vida dio en servicio.
Con sus ojos cargados me dio consuelo
pues limpio los míos con aquel pañuelo
dando un canto al dios del cielo.

No te olvidare noble caballero
tu que fuiste mi alegre maestro.
Espero verte ahí con tu dulce amada
con ferviente anhelo mi corazón lo aguarda.
Mi alma atesora esta fiel enseñanza
pues en ella he cifrado mi confianza.
Cuan bella es, esta hermosa esperanza.

¡Oh mi vida! ¡Oh vida mía!
No te lamentes más por consuelo.
¡Cantad al cielo con gran resueno!
El dolor olvida en ese pañuelo
dejad a un lado el resentimiento.
Pues aquel anciano, si, el también sufrió
pero eso no lo debilito pues él siempre sonrió.