EL TEMPLO DE LA INOCENCIA
EL TEMPLO DE LA INOCENCIA
Medusa andaba con la alegría rebosando de sus labios cenicientos, moviendo sus pies por el Templo de Minerva, pues la mañana se hacía presente con el primer resplandor del Alba que entraba como pájaro por ambas puertas y se deshacía en finas tiras de luz a sus suaves pies de albor. Su juventud se mostraba con el batir de sus vaporosas alas intangibles, su deseo de venerar y otorgar su vida en carne, eran su más puro deseo de la infancia.
Llegada la tarde al nombramiento del Crepúsculo, la deidad solar bajaba a nuevos dominios, anteriormente de las tinieblas y, ahora, otorgados a su nombre mientras transcurría el tiempo necesario.
Medusa cuidaba del Templo, exactamente en el centro del pedestal adornado con una colosal estatua tallada de su diosa, la cual, desde esa cúspide, vigilaba cada movimiento de lo que está vivo, desde esos ojos de piedra que cada vez más echaban atención a lo que acontece frente a la luz emitida por el fuego de las antorchas y reflejada de pared a pared.
Una fuerza bestial abrió las puertas del Templo, los dioses dormían, y el rayo no estaba presente donde las nubes no se hacían presentes. Medusa se retorció asustada por el estruendo, pero antes de revisar su causa, una mano se abalanzó hacia ella y rasgó sus sagradas vestiduras.
La sombra del umbral de las puertas habló con voz de alcaucil:
-Oh, bella Medusa -decía la voz-, grandes olas como yo, quedan encantadas con verte desnuda, parada frente a la presencia de un dios tentado por tu dulce rostro.
-¡Sucio Marinero de aguas feroces! -gritó Medusa, que era acorralada como parte de un fatídico fin para el rebaño- La Sabiduría escucha mis plegarias, y cuando diga: el cielo se abre, se abrirá. y cuando diga: el cielo se cierra, se cerrará. Porque tal es el poder con el que fuí consagrada desde el nacimiento gracias a la gracia de la misma Sabiduría. Pues sin ella no soy nadie y mi propósito en la tierra llegaría a su fin -bramó.
-Soy dueño de los Mares y de toda bestia que viva en sus profundidades y en su superficie- decía la imponente figura de Marinero-, los grandes monstruos tiemblan cuando me hago presente y mi voz retumba desde el firmamento hasta los extremos del mar. Tengo la fuerza de todos los hombre náufragos bajo mi temible manto, por eso soy dios de las mareas y padre de los peces, y tú -atrayendo con su fuerza a Medusa- eres la continuación de ese legado atroz de náufragos, pero el tuyo, oh, bellísima, es el de la tentación de la carne que arde con el deseo de despojarte de tu juventud.
Aquel dios, tomó a Medusa y los gritos de ella desgarraron la noche, mientras el fuego presenciaba el acto impuro que era capaz de cometer un dios; y la estatua de Minerva se inflamaba de furia, pues sus ojos de piedra tallada desprendían el ardiente resplandor de los rubíes bañados de ambrosía y sangre virgen que manchaba el suelo.
El gran marinero, después del acto cometido, entró en fuga, abandonando el santo recinto.
El fuego de las antorchas se mezcló uniformemente con la luz y la sombra, el tiempo se suspendió con la respiración de Medusa y de aquella flamante materia frente a ella, estalló en armonía el surgimiento de un ser divino, que pierna por pierna y brazo por brazo, dió a conocer su rostro de era de antaño, una figura esculpida por una mente creadora; casco de oro y lanza del mismo material, en la mano derecha, de blancas vestiduras acendradas con un espléndido corpiño de oro y plata.
El ser habló desde su aura de luz:
-Tú, Medusa. Te acuso por deshonrar el Templo consagrado a mi nombre…
-¡No, mi señora! -interrumpe Medusa-¡Ese dios marino me obligó a renunciar a mi casta esencia, no quería, oh, señora mía. ¿Quién desearía ser despojado de su juventud más que un maníaco? pues este dolor es eterno a diferencia del de la carne, que en estos mismos instantes abarca el vientre y el centro de mis piernas y sangra y no deja de sangrar!
-Eres culpable -dijo la voz-, porque mi presencia dice que has osado desprestigiar a un dios, y más aún, que los de tu especie adoran sin adorar y su fe es un interés consecutivo de préstamos al cielo, pues también, toda tu estirpe desea ser despojada hasta del espíritu mismo. Por ello te condeno a ser un monstruo que nunca saciará sus necesidades y siempre vivirá con deseos de ser verdaderamente feliz, hasta que la espada de un héroe cercene tu cabeza a mi nombre, pues será mi elegido para acabar con tu sufrimiento a su debido tiempo; además tu belleza no atraerá a los hombres y tus ojos convertirán en piedra a todo ser vivo, obligándote a la tortura de la soledad.
La mano de la deidad señaló con un dedo juzgador a Medusa, que en su inocencia, se transformaba en lo que su cuerpo sufría una metamorfosis visceral.
Tiempo después, frente al filo de la espada de aquél elegido prometido, pensó que la delatora estatua no era ciega de vista sino que carecía de sentir los deseos del corazón y sus sufrimientos, debido a que Minerva observa todo desde aquella cúspide de piedra, es bien dicho que: “Ojos que no ven, Corazón que no siente.”, sobre todo, en los dioses.
Comentarios & Opiniones
Interesante relato.
Moraleja.
Antes de perder la inocencia, toda hermosura de casta pureza; pero después del suceso ni acercarse a ese monstruo de fealdad so pena de ser convertido en piedra. NO PASAR POR ESE CASO.
Cordial saludo.
Linda obra de toque mitológico, un gusto mi querido Juanca, abrazos sinceros, feliz noche.
Saturno, increíble manera de expresarte y dar vida a los acontecimientos.saludoz espero seguir más de tus obras