AQUELLA MAÑANA DE OCTUBRE.

Una mañana nublada de Octubre
dónde escribía sin fronteras
aquellas oscuridades sombrías
de aquellas noches,
que se mezclaban con las mañanas oscuras,
dónde el sólido oro
con tus ojos marrones,
cómo el café tostado.

La luz amarilla
de aquel camino
se volvía más oscura
con el tiempo abstracto,
dónde los ojos negros
se convertían en atrapa sueños del alma,
dónde la más arena fina
del desierto húmedo;
que se mezclaba rápidamente
con tanta suavidad
con el mágico recuerdo
de tu alma apreciada
en el que está atrapada
de los días de primavera, verano, otoño, invierno
se volvían en cenizas grisáceas
con el paso de los años viejos
con la mortífera ventisca
en la antigua noche
con la antigua lluvia invernal
que se encontraba en la madrugada.

Sólo el sabor amargado
el continente entero,
que tenía el aroma forastero
de aquellas montañas lodosas
que claman por un poco de este néctar de la vida
que es el agua sagrada
de las gigantescas cascadas
de la tierra desaforada
en la cuál nuestros ancestros
nos dejaron cómo testimonio del cambio.