La otra versión de pachequito

poema de KOKOKAR

En la cima del majestuoso Ávila caraqueño,
allá donde el viento suele silbar algún celaje
en medio de tan exuberante hermosura
y donde el frio suele enfriar dos veces,
habitó un tal Pacheco,
un hombre de la tribu de los caribes
que alternaba el pastoreo, la caza y pesca,
subiendo y bajando sus alforjas y mercancías,
unas veces hacia la Guaira y otras hacia Caracas.

Una tarde aciaga el ya no tan rudo indio caribe
sintió el acecho de la muerte alrededor de su humilde aposento.
Convocó entonces presuroso a toda su comarca y les dijo:
voy a morir como el sol de la tarde cae inexorable en el ocaso.
He sido convocado por nuestros antepasados
y debo aceptar el llamado.
Sólo el Ávila es eterno.
Y así ha de ser mientras estemos transitando por este valle ancho y ajeno.
Jamás dejen de conservarlo,
pues cuando la noche de los tiempos nos cubra a todos con su mortal pandemia,
él será nuestro pulmón inmenso que impedirá el apocalipsis.
Pero por sobre todo,
se mordió los labios manifestando su ira intensa que le impedía hablar
y luego observando hacia el mar caribe, logró aflojar unas palabras,
¡De allá de aquellas aguas vendrán unos seres de otro mundo,
barbados y llenos de codicia,
abusarán de nuestros indios,
engendrarán una raza híbrida que se asentará en estas laderas caraqueñas
y se adueñarán de nuestras riquezas!
Pero extrañamente no serán riquezas como el sol
las que nos extraigan y nos dejen en desgracia,
sino riquezas fúnebres, del color de la muerte,
las que condenen a nuestras futuras generaciones.

Lágrimas de impotencia inundaban al cansado cacique,
en medio de un silencio estremecedor.
La tribu sólo atinaba a observar su dolor.

Nuestras futuras generaciones saldrán despavoridas de este valle de lágrimas
hacia donde les lleve el camino.
Serán como esclavos de estos extraños venidos de otro mundo.
Serán días, meses, años, como siglos por los siglos, amén,
los que nos toque transitar tras ser despedidos por nuestro propio mundo.

Atónita la tribu accedió a dejarlo solo al anciano cacique avileño.
Éste no paró de llorar y llorar
por la suerte que habría de correr su aguerrido pueblo y sus tierras.
Tan fuerte fue su llanto
que se comenzaron a esparcir enormes riachuelos desde la cumbre del Ávila
para formar lagunas y corrientes
como la del rio San Pedro y Macarao
que finalmente dio origen al río Guaire que atraviesa Caracas.

Pero volveremos hermanos –balbuceó en su último estertor el viejo Pacheco-,
volveremos a respirar,
a caminar y una vez más será el Ávila nuestro pulmón,
tal vez el último reducto existencial de nuestra raza.

Ya lo verás,
cuando sientas que la brisa de la tarde te acaricia,
es porque viene llegando la vieja premonición
de vuelta al barrio y a la vida,
es porque viene llegando pachequito.