Sesión de ornitología

Summertime : Charlie Parker

Cuando regreso a casa de mi madre
cansado del ayer,
me desplomo en la hamaca
a oír las hojas respirar,
a practicar el sentido del tacto
haciendo confidencias con el césped.

Y a veces, miro al cielo
y encuentro constelaciones de vencejos,
murciélagos haciendo ronda,
golondrinas esbozando ideas
y hasta patos dando paseos por los tejados
oyendo las miserias de los que dicen estar.

Mientras mis vecinos cantan a Manu Chao,
cuento un par de mirlos sobre mis nubes.
Viene mi madre a rellenarme el catavino
y vemos una pareja de gaviotas bailar
sobre ráfagas de viento de levante.

Por las noches,
cuando los únicos que pasan por mi calle
son taxistas sin mayor pretensión que la del silencio,
veo una lechuza atravesar perfectamente todas las ramas
y cazar un par de pájaros de una embestida,
provocando el llanto y el miedo en mi ciruelo,
un atentado natural y a su vez una rutina imperante.

A este pequeño mural aéreo que se crea a cada instante
le añado las palomas que llegan del campanario,
y todas esas cigüeñas que traen
a los niños que dejamos atrás.

Cada verano
intento rescatar un par de aves
que caen al agua por coquetear con la inexperiencia.
Cada verano
recojo alguna pequeña cría empapada que no vi a tiempo
y recojo su cuerpo levemente
dejándolo en un rincón sin público
para que sea alimento de insectos,
un banquete para las bacterias
y una ofrenda para las raíces.

También aparecen pájaros sin nombre,
(o al menos para mí)
y mientras observo sutilmente
su exótico plumaje,
su combinación cromática,
la arquitectura de su pico
y el número de nidos que ha dejado atrás.
Comienzo a cerrar los ojos,
y a sentir el trinar
de estos peculiares inquilinos del aire
hacer de somnífero frente a la luz,
concediéndome una siesta plañidera,
una canción improvisada
y un dulce recuerdo veraniego.