El Monstruo del Río

poema de Javier Flores

Hace poco tiempo,
rondaba un monstruo en el río,
Tenía muchas heridas en el cuerpo
y su aspecto daba escalofríos.

Su cara era la de un gato,
sus ojos los de un lagarto,
Media dos metros de alto,
Y su cuerpo totalmente flaco.

No tenía nombre,
pero era apodado
como: "el monstruo
del río de al lado"

Por los habitantes
que no le temían,
solo al verlo sentían
un asco desesperante.

Su cara era horrible
a comparación de las de ellos,
que eran particularmente bellos
como insensibles.

Él Estaba sólo y triste oculto entre las rocas,
sus lágrimas de amoníaco se las llevaba la corriente;
No estaba conforme con la vida que le tocó,
Así que se sentaba a esperar la muerte.

Una tarde una joven de vestido blanco
se acercó a su ubicación,
al parecer en el corazón
de la muchacha el odio no pesaba tanto.

Él se asustó y salió corriendo,
no confiaba en nadie,
Pues sólo se había tenido a él
por mucho tiempo.

Corrió hacia una cueva en el río,
sabía que ahí nadie se le acercaría,
salió hasta el siguiente día como sabía
ya no estaría aquel Ángel con vestido.

El monstruo se sentó en una piedra
acongojado por su naturaleza;
Porque lamentablemente no recuerda
el origen de su horripilante apariencia.

La joven volvió el siguiente día,
realmente quería verlo;
Pues por dentro sentía
que para temerle, primero debía conocerlo.

En ese momento el monstruo estaba distraído,
lanzando rocas a la corriente del río;
La joven se acercó a paso lento y tranquilo,
el monstruo lo noto, y en su idioma le gritó cual enemigo:

«¡Déjame tranquilo!
sólo quiero estar solo,
El mundo me olvido
y me dejó llorando en el lodo.

Desde que era un niño
me rechazaron en todo,
y se que tu no me darás cariño
sino dolor de algún modo.

Soy un monstruo, un maldecido,
mi fe ha fallecido
mi destino es desconocido,
pero es más que claro
que mi desgraciado
camino, no llega a ningún idilio.»

Mientras más hablaba
más se rompía en llanto,
La joven lo miraba
Pues nunca había visto tanto

Dolor dentro de un ser.
Así que respondió en el mismo lenguaje
para que él pudiera entender
su bello mensaje:

«No tengas miedo
y toma mi mano;
tu no eres el insano,
el mundo es el ciego.

Ven conmigo
te enseñaré que es el amor;
te abrazare con mi calor
y mi cariño.

Te enseñaré las canciones,
poemas, y orgasmos;
en mi pecho se limpiara tu llanto
por todas esas situaciones

Que has pasado cariño mío.
Salgamos de este río,
vamos a mi casa a jugar juntos
a olvidarnos de esta gente, de este mundo;
especialmente de este pueblo de corazón frío.»

Ambos salieron
y se fueron
a vivir a una casa
pequeña:
Llena de flores,
aves, y árboles;
abajo de una peña.

Vivieron ahí
por años;
sin daños,
sin sufrir.

En todo ese tiempo sólo conocieron el gozo,
corriendo entre su hermoso jardín.
Bañándose con el Rocío, bailando con el canto de los pajarillos;
todo era un paraíso sin fín.

Pero como dijo un trovador:
"hasta para el Santo hay infierno"
y una noche después del invierno
el monstruo lo encontró.

Los habitantes del pueblo
encontraron su morada;
incendiaron la casa,
tomaron a su amada.

La joven lo miraba
con tristeza en su mirada,
pues el odio que dominaba
a esa gente, en las llamas se reflejaba.

Le llamaban bruja,
y por eso fue quemada;
sólo una bruja tendría el valor
de amar como ella amaba.

El monstruo lleno de dolor
volvió al río a morir;
ya no valía la pena vivir
en un lugar lleno de horror.

Entró al río y poco a poco se hundió,
y se fundió con la basura que acarreaba;
nunca más volvería a ver a su amada,
así que se fue con la corriente y jamás volvió.