Humanidad

Éramos un soplo,
apenas un temblor
en el pecho del universo,
pero soñamos con la eternidad
como si el cielo nos perteneciera.

Hasta que el destino,
con manos de hielo,
nos arrancó lo amado,
dejando la carne abierta
y el alma a la intemperie.

Entonces miramos adelante,
no con esperanza,
sino con el miedo de sabernos finitos,
y anhelamos ser polvo,
ser nada,
desvanecernos entre sombras
donde el dolor no alcance.

Pero algunos,
los que sangran en silencio,
se aferran al deterioro
como si fuera raíz,
y en la herida abierta
descubren la ternura:
una hoja que cae,
un sol tibio en invierno,
una mirada que no exige nada.