UNA MAÑANA ACOSTUMBRADA, UNA TARDE INESPERADA
Empezaba la rutina de un día normal, la mañana se tornaba más larga que las veces acostumbradas, sólo podía sentir el tiempo recorrer sus minutos, se volvía extremadamente extenso el paso de una hora, pero a la hora de extrañarte el tiempo dejaba su normalidad por esperar tu llegada.
Tan sólo pude esperar la tarde por vez primera, a tu llegada culminaba mi afán y mi ansiedad, cada paso que dabas al acercarte era un trozo de vida mía que te comprometía hasta tal punto que asentada frente a mis ojos lo supe, mi vida era tuya, la mañana culminaba así como se consumaba mi curiosidad, la tarde me hacía escrutar aquel espacio donde te podía encontrar, esperé a que pudieras llegar, mis ojos perdían su periferia, tu eras el punto fijo para olvidar el reconocimiento de una visión lateral.
A medida que llegabas a mis brazos podía despojar mis miedos pasados absorbidos por la incertidumbre desechada por tu presencia.
Quise tomar tu mano no por orden de mi cerebro, el instinto desprevenidamente me llamó y sin darme cuenta pude estar para siempre entrelazado contigo.




