AQUEL VEINTE DE ABRIL

Amanecía con el sol en mis pupilas y la mañana que parecía eterna murió con tu ausencia leve a la llegada de una tarde magistral.
La ansiedad qué incontrolable era!!, ya era la hora, sabía que allí estarías; el recibimiento tuyo que inexplicable fue, estaba inundado de infinitas emociones expresadas en una sola mirada. Sobraron las palabras, ya comprendía aquella mirada, comprendía esa bella sonrisa, y eso y más bastaba para decir hola sin olvidar la cordialidad pero si la monotonía de un simple saludo.
Ya nacía nuestra sinigual manera de saludar con algo más de pasión, inmersos en algo donde no existía la razón.
La tarde que amenazaba tormenta impedimento no era para disfrutar la estadía de un momento singular.
Tus pasos se acercaron a mi casa, la tarde ya era de nosotros y al fin juntos pude abrir mi corazón dando antesala a la apertura de nuestras melodías, y sumergidos en medio de aquel ocaso imperceptible quedaba solo tu canción que a la espera de ser interpretada acariciaba aquellas notas junto al hechizo de tu mirada, tus lágrimas llamaron mi felicidad y al no poderme resistir extendí mi mano palpando tus cabellos, tu rostro, tus manos, quería olvidarme de cualquier cosa que no fuera tu, quería mirarte para siempre, dejando que el piano hiciera su trabajo en tu alma sin dejar de mirarnos.
Las melodías incesantes de aquella tarde nacían con la palabra puesta en tus labios, nacía una por una sin afán, el instante se daba para lo que quisiéramos imaginar según lo que sonaba en ese misterioso piano, todo ese momento traía consigo una razón más para volverte a mirar sin dejar de suspirar.
Anochecía, se acercaba la hora de tu partida temporal, el recuerdo de lo vivido en las más sublimes horas se dibujaba en una sonrisa tuya, la despedida que larga fue nos dio tiempo para entrelazar nuestras manos y sentir tu palpitar; y con un beso en la mejilla te dije adiós sin perder la esperanza de volvernos a encontrar…

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