Óleo de los catecúmenos (o ensayo para una resurrección macabra)
Para Dianelis
Sigue lanzándote hasta que el abismo tiemble y sienta miedo de ti.
Luis Alberto Padilla Pardo
Oh, hermosa inconforme, que buscas el placer de estos labios descarnados que ya no pueden besar. Corroídos por el tiempo y la podredumbre mis dedos son falanges desnudas que en vano rememoran el tacto, y como un sepulcro abierto mi garganta.
De plegarias y réquiem ya muda.
Tú, como una hechicera abisal de runas y maleficios poblada, dime…
¿surges tú de los pozos abisales de la muerte
como una amante soberbia o como un sicario vengativo?
Cuando el horizonte ha bajado su plúmbeo telón y el astro rey es una esfera negra e invisible que habita otros planos, te asomas a mi ataúd, con una antorcha en la mano y un sacrilegio en los labios. Observas mi raído esqueleto.
Yo lo sé, extravagante beldad de los infiernos: óleo de los catecúmenos es el sudor que emana de tus poros para perlar tu piel.
Almizcle de negras mediasnoches con el que unges mi calavera a la luz de las llamas y tiemblas al azar, entre fantasmas y horrores mundanos. Si despiertan las gárgolas de su ensueño diurno.
Extremaunción de tus entrañas que me renace.
Si yo pudiera, oh reina de crueldad suprema, oscurecer el álgido resplandor de tus frías pupilas que la luz de los candelabros refleja
Para que no observases este cuerpo demudado y cadavérico que del féretro se levanta, y con un sudario, tu pálido e insomne rostro arropar de mis sombras.
Esas sombras adoptadas sin nombre, sin faz, sin humanidad, que mutan su miedo eternamente y en cada nueva forma me buscan.
Sombras que pasan a pie de viento: levitan, rugen y luego se desvanecen.
Los tendones se hinchan. La piel regenera. Los huesos se soldan y heme aquí, mi dulce benefactora, para llevarte por siempre conmigo y habitar en tus pupilas tentando la sal de tus ojos
donde la luz se quiebra como columna vertebral rota, pasa por el ojo de una aguja, se esfuma, nace, resucita con el miedo y en el desarrollo de los acontecimientos, cae
contémplala sin miedo.
Dancemos nuestro último baile antes de que el día nos sorprenda.
Acabe el sortilegio y el sol rejuvenecido me volque de regreso hacia la tumba.
Me convierta en cenizas.
Te conviertas en piedra.