Sincericidio

A veces tengo delirios
cuando me follas.
Cierro los ojos
por que si te miro
solo veo fuego, siento fuego.
Huelo las llamas.

A veces cuando me follas
quiero gritar y no puedo
y quiero llorar y reir y no me dejo
no fuera a ser que te enteres
que quiero que me folles
mucho más tiempo
del que tengo reservado a tu lado.

Es un vado. Pedí permiso
y cuando llegaste
con ojos de olivo
pensé
vaya que si pensé
que no quería amarte
como sabía que iba a hacer.

Esa manera celosa, muy mía,
de atarte a mi cama.
Y mira que no quería
ni por todo el oro del mundo
querer otra cosa
que no fuera follarte
en la terraza de mi padre.

Te lo prometo.

A veces te toco
y rezo por no olvidar
el tacto
del mapa
que tienes
bien guardadito;
tan guardadito
que ni has accedido a él
todavía.

Lo estoy registrando
en las memorias
de las yemas
de mis dedos
por si algún día
puedo tirarte un cable,
un hilo fino dorado
que te haga de memorandum
y te acuerdes
de quién eres
y de lo que llevas dentro.

Destino grabado a fuego.

Y a veces cuando follamos
todo son llamas al rededor
y fuego fatuo
caliente y frío
azul eléctrico
y me da miedo
y quiero llorar
por imaginarme
que jamás te veré envejecer
como ya lo he hecho
otras tantas veces.

Pedí permiso, repito.
Hubo un pacto
hace tanto
tanto tiempo,
que tu sin memoria
y yo sin valor
para decirte nada de esto
guardamos distancia
y susurramos te quieros
llenitos de pánico
a la plenitud.

Y yo no entiendo de costumbres,
no, en absoluto.
Soy un mar que cambia de puerto
como de bragas,
pero por tí
y esos ojitos
de olivo,
ojos serpiente,
olor a brisa
brasileira.
Por esos ojos
me quedaba
o me mudaba
a donde fuera
para ver el espectáculo
que será
que aprendas
y descubras
quién hay dentro de tu traje
de hombre lobo,
piel de león,
cara de niño.