Baladas de los dos apkwones

Que llega vestida de amarillo
nos revela Carbonell.
Ella se deja ver,
endulzando su cuerpo en la miel.
La corona muestra los cabellos negros,
los labios rojos dibujan una sonrisa.
Una canción le sirve de caricia,
y a Okan Tomí se le eriza la piel.

Yeyé Yeyeo, okandideu.
Yeyé, Yeyeo, okandideu.
Ariñale cowo osi,
Yeyé otolorefa.
Ariwoyó okandideu ariñale kowo osi.

La risa coqueta llega a
estremecer al monte.
Allá se ve donde se posa la tiñosa,
el camino que abre la codorniz,
y el pavo real que nos muestra a la diosa.
La dulce miel que ahora cubre su cuerpo,
los girasoles que adornan la corona.
Okan Tomí, reina y señora,
la pequeña Ashé que luce la voz hermosa.

Ori Yeyeo
Afiyeremo Yeyeo,
afiyere.

¡Ja ja ja ja ja!

Ella se acerca con los pasos cadenciosos,
meneando de un lado a otro
la cadera cimbreante.
Resalta en la verde manigua
el vestido de amarillo elegante
que vuelve a los ojos masculinos codiciosos.

Hoy la zalamera Okan Tomí
prefirió sonreír al monte guerrero.
El monte que guarda los secretos
de los espíritus, los orishas, de los hombres
que acuden a vencer con el herrero.

Por un segundo calló la risa femenina
y se pudo escuchar al herrero trabajador.
Fue el ruido del martillo como
el cantar de un ruiseñor.
Fue el machete bravío que
encendido en chispas asustaba
a todas las fieras, y a todo perturbador.

Así se dejó ver él, que
parecía que se escondía.
En aquella inmensa manigua
que era su casa de noche y de día.
Y cuando Osha Niwe cantaba
parecía que hablaba la alegría:

Mariwo yeyeyé.
Mariwo yeyeyé Oggún achó
Alaguede Oké.

Él era negro vestido de verde
con la piel sudada por todas partes.
Fiel a la herrería
encontraba su arte.
Y en la guerra no perdía ningún combate.
Ver a la mulata distrajo a
Osha Niwe un instante,
mientras Venus con miel sacaba
del monte a Marte.

Aguanileo Oggún mariwó.
Aguanileo Oggún mariwó.
Oggún afomode
Oiki abere mariwó
Oggunde baba.

Ahora cantan juntos en todas partes
Osha Niwe y Okan Tomí.
El monte y la miel.
Las voces de oro valen más que un diamante,
cuando después de la muerte
a la música se le es fiel.
Ahora son rey y reina del canto africano
que evoca a todas las entidades.
Okan Tomí y Osha Niwe.
La miel y el monte.
Las voces de oro bendecidas por el cielo,
dos almas fundidas en un solo suelo.
En la música que hizo eco de la voz,
y perpetuó en la memoria
a Merceditas Valdés y a Lázaro Ros.