Devorado.

He amado a una sirena,
he amado su canto de navaja,
su espina dorsal,
su abanico de escamas que replica el sueño más profundo,
el íntimo deseo.

Cuánto he amado sus ojos marchitos,
su boca azul y esas manos de victoria alada,
esos labios que cuál ácido todo lo destruyen.

Sabía muy bien las consecuencias,
su gusto por la carne, por el alma,
por el sabor a sal que desprende el cuerpo humano tras la gran desilusión.

¿Por qué lanzarse al vacío?
Solo pido que comprendan:
Años de naufragio,
cargando grandes peces que los tiburones se terminan por comer,
y solo el viento que me abraza y
la terrible soledad.

Es fácil perder el suelo
y difícil dar explicaciones.

Aquí
ya sin piernas, sin brazos,
con el corazón envuelto en llamas,
admiro lo sutil del espejismo...

Si cantaba
me olvidaba del presente, del pasado y del futuro
y fui el origen del origen,
fui un perpetuo Big bang,
fui un destello entre sus labios.

Sus manos fueron agua y sentí por mis heridas la eterna curación,
el involuto rebullir de la sangre como peces por la arena.
Sentí ir despegando los pies.

Claro que fue amor, no tengo dudas
porque incluso
cuando clavó sus garras en mi pecho,
cuando extripo mis huesos para agregarme en su colecta,
solo quise ser lo suficiente,
que pensara en mí como yo en ella
como cuando cantaba, como cuando me hacía sufrir.