Una habitación con espejos

Entonces siento sus besos en mi espalda, los cuales dibuja como si fuera una película, tratando de hacerme cosquillas, de hacerme reír.
Y yo me rio, feliz, como es la costumbre. Como una escena completamente romántica.
Pero en el fondo sé, que no es lo que parece, ya que veo mi reflejo en el techo, en las paredes y esa no soy yo. Es una versión de mí que me agrada más, pues puede reír con una actuación perfecta, sin que mi felicidad dependa de un abrazo.
Aunque hay noches en que extraño esa versión añeja de mi. La que giraba por la casa escuchando a Taylor Swift creyendo que no podía ser más feliz, si en mi vida estaba él. O la versión de mi que tenía una botella de ron escondida bajo la cama, para las noches tristes, de cuando mi corazón sentía como una niña. Cuando sentía de una forma tan arrolladora que me dejaba sin la energía suficiente para vivir la realidad fuera de mi mente, fuera de mis fantasías.
Pero ahora me siento a salvo, porque él me hace reír, pero no roza ni por un segundo mi interior.
Y yo sé, con la certeza de que mañana saldrá el sol como cada amanecer, que mi antigua versión se habría aferrado a sus manos con desesperación.
Con amor desmedido, con la obsesión de la novedad. Porque él me lleva con su familia. Toma la mano y besa la frente de la quinceañera de aquellos años.
Pero asegura sin dudar que no quiere estar conmigo.
Yo, la actual, suspiro satisfecha luego de reír por dos horas en una habitación llena de espejos.