La paz

Un paciente me dijo el otro día que pensar en hacerse daño le generaba paz. Sin embargo, él sonreía. Una sonrisa nerviosa como quien oculta una gran agonía y teme fallar en su actuación.
No he podido parar de pensar en sus palabras, porque lo contuve, traté de escucharlo, pero la idea rebotaba en mi mente.
Paz, ¿qué se sentirá sentir paz en medio de tanto dolor?
La idea se repite como un susurro en mi oído.
Entonces la contra parte, el recuerdo de mí, hablándole a mi psicóloga que me gustaba hacerme daño, pero no de forma física.
Me gustaría poder encontrarme con ese chiquillo y decirle que me siento igual que él, que herirme también me da paz, que yo también lo quiero intentar. Me habría gustado invitarle un helado y conversar toda la tarde del dolor y de cómo preferíamos amortiguarlo.
Pero en lugar de eso, me callé, silencié mis pensamientos y le dije algo protocolar. Lo impulse a vivir con las ganas que me faltan para vivir a mi.
Él, con sus brazos dañados, se veía más decidido a vivir que yo. Y sí, debería resultarme inspirador, pero la inspiración no me roza mucho estos días.