12

poema de Cienfuegos

Estas palabras empezaron a asaltarme hace doce meses. Me esperaban detrás de las esquinas desiertas, al mirar un árbol en flor, o cada vez que veía un atardecer incendiado. Estas palabras me han ido emboscando en mis paseos de madrugada, mientras busco un vaso de agua y un motivo para dormir sin pensarte.
Camino solo, camino solo y pienso: si tú me ves, recuérdame, entre las nubes y el sol. Camino por parques vacíos, sin rumbo, hacia ti. Espero encontrarte cada vez que cruzo una calle, sin saber cómo sigo manteniendo la compostura de no correr hacia cada una de ellas.
Escucho con atención, intentando distinguir tu voz en el silencio, tu voz que no conozco, que no recuerdo, pero que creo poder identificar en la niebla. Río pensando en tu risa, y me enoja que esa risa me desarme desde una expectativa lejana. No sé cómo resistirme a seguir caminando en tu búsqueda; ya no soy dueño de mis pasos.
Mi alma me hace peregrinar hacia la tuya, mientras sigo tratando de encontrar un motivo para detenerme. Pero ya, después de todos los pasos que he dado, renunciar a caminar es renunciar a vivir.
Busco que aparezcas debajo de un portal, que cruces en la dirección contraria, que te detengas en un semáforo rojo. Quiero verte bajar las escaleras del metro, verte comprando en la farmacia más cercana, alguna extraña coincidencia que posibilite nuestro encuentro... y, aun así, no se si las palabras que me rondan cotidianamente, podrían hacerse sonido.
Quizás te hablaría del tiempo, de cómo este ha tejido en tus ausencias los instante que he vivido en este último año. Quizás solo me quedaría callado, dejando que el momento llene el vacío de palabras. Porque, al final, lo que me empuja no es solo el deseo de encontrarte, sino la necesidad de dar sentido a cada paso, a cada esquina desierta y a cada atardecer incendiado que lleva tu olas solares.