LAS CINCO DE LA TARDE

poema de Wienerwaldl

LAS CINCO DE LA TARDE”

Las cinco de la tarde. Me asomo a la ventana, respiro el aire triste, callado del diciembre que termina. Y miro las bandadas de estorninos, contemplo las bandadas de estorninos que danzan en la altura, que vuelan abrazándose, jugando a ser abrazo en una danza que traza su dibujo con maestría.
Son solo unos segundos. Son solo unos segundos y el aire se hace extraño, tal vez como el preludio de la helada. Y sé del sol lejano y derrotado que llora como el aire de diciembre, que sufre como el aire que corren las bandadas, creyéndose más libres, más hermosas, al tiempo que su danza nos sorprende.
Y sé del eucalipto. Sus hojas perezosas se mueven con la brisa, vencidas por el mes, que ya se acaba. Y siento el hielo mismo, que me roza, que quiere ser caricia cuando roza la piel del rostro seco que busca aquella infancia que ya perdió su luz y sus hechizos después de tantas tardes moribundas.
Y pienso en lo lejano. Los cabos se suceden en esa costa nuestra que se abre por detrás del precipicio. Y miro el precipicio con tristeza, sospecho el precipicio con tristeza, y, estando despejada, la tarde se me antoja como un regalo bello que permite que mire aquellas cumbres a lo lejos.
Y miro aquellas cumbres. Son cumbres asombrosas: primero advierto el Sueve, detrás están las cimas más agrestes: no en vano, en el Cornión siempre es posible la llama mortecina de la nieve que sabe deslumbrarnos con todo su reflejo, con toda la violencia del reflejo que trae nuevas leyendas a los ojos.
Y viene con leyendas que encienden la retina, que atacan la retina con toda la bravura de lo recio. Es bello contemplar esos paisajes románticos acaso, que, aguerridos, parecen saludarnos colmados de paciencia, colmados por la nieve que los cubre con toda la paciencia del invierno.
Y viven las retinas. Las luces lo declaran, formando las imágenes: los cabos se suceden lentamente. Detrás se ven los viejos promontorios, las nieves en sus cumbres, esos hielos que saben que su brillo nos llega presuntuoso, llenando el cristalino con colores que llenan de grandeza nuestros bríos.
Y sueño ese Cantábrico, las olas del Cantábrico, los vientos del Cantábrico que dice la verdad de las Asturias. Y siento que las cumbres que se admiran también aman el vuelo de las aves, los vuelos en el aire que suelen las bandadas calladas de estorninos danzarines que saben la verdad de su misterio.
Y siento ese diciembre. Diciembre se hace triste, las nieves se hacen tristes, las olas de los mares se hacen tristes. Y dice mi ventana esas tristezas que quieren estar tristes cuando sueñan la paz de la derrota que quiere la invernada, después de los otoños desolados que sienten esa pena de diciembre.
Y escucho ese silencio: las voces de diciembre se escuchan en la helada, se esconden en la helada cuando llega. Pero este es un diciembre cuyas nieves me llevan al recuerdo de otro tiempo, y alcanzo a comprenderlo: diciembre es esa llama que extingue su recuerdo y su belleza si falta el hielo triste y su susurro.
Y falta el hielo triste. Y falta su susurro. Y falta la belleza que tiene ese diciembre cuyas nieves nos hablan del ayer y del mañana. Pensad que la invernada ha comenzado, que llega cuando muere la voz de los otoños, que llega con los viejos estorninos que corren, caprichosos, todo el cielo.
Y, viendo en la ventana estos paisajes, quisiera dedicaros cada verso.

2019 © José Ramón Muñiz Álvarez