CONFIESO QUE SOY UN INVASOR

Confieso que soy un invasor,
atravieso las paredes de tu cuarto
me tumbo bajo la sabana de tu sueño
me apodero, soy dueño, explorador
mis manos se convierten en pesuñas
galopo bajo el golpe incesante de mi pecho sin brida
mustang salvaje, que galopa entre tus cañones y altozanos
la piel se eriza ante lo desconocido
tu vientre se convierte en un cultivo de maíz
fértiles mazorcas se abren bajo el incendio del sol
tus pechos son dos estrellas mellizas
chispeando bajo la negrura de mi pensamiento
tu pelo es una escultura al viento
lluvia de alquitrán
que inunda mis muslos
tu boca es un cenote sagrado
allí el jaguar se convierte en dios
allí se ocultan mis pesuñas y penas
te destruyen y te reconstruyes todos los días
mi deseo es pasto que te cubre y te hiere
palpita tu pecho, palpita tu vientre
eres el pulso de la tierra
eres el pulso del agua
coreógrafa del fuego
explotan racimos de venas
El calor es un idioma
el verbo es autodestrucción
un manantial se abre
tus piernas son guardianes altísimos
custodios impíos
tu espalda concluye
se avista una playa
mi capricho es agua salada
soy un faro desamparado en medio de tu bravía tormenta
relámpagos de pasión,
flash cegador
flor partida, flor de granada
todo se finiquita en una tormenta eléctrica
descarga eléctrica en tu espina dorsal
se activa el árbol eléctrico de tu mente
todo es caos
un grito hacia adentro,
un desmayo lucido y vértigo
la muerte es un éxtasis
un placer que se disfruta día a día
y todo vuelve al reposo
el cuerpo desfallece
la arena vuelve a su plaza
vivimos aquella carrera con el mismo desenlace
el suicidio de todos
y la muerte de nadie
duerme mañana empieza otro día.

© 2016, Eduardo Martínez Márquez