La ilusión del adiós
Todavía salen pedazos de vidrio, pequeños cristales que creía haber rebuscado y arrojado a la basura. Todavía salen, de donde no busqué y de donde limpié hasta el cansancio. Te dije “los hice mil pedazos”, te dije que la cosa no andaba bien. Sin embargo, nunca los viste. Tampoco viste la cara aterrorizada de mi madre ni la fuerza bruta de mi padre.
Ya nunca los encontrarás, porque solo aparecen ante mis ojos, cuando barro bajo los estantes de la cocina; cuando hago el amor y se deslizan por debajo de la cama; caen de las suelas de mis zapatos que ya han recorrido millas desde entonces…
Esta vez hui a ciegas para olvidar el camino.
Y memoricé todos los finales.
Imaginé tantas despedidas que ya no recuerdo cuál fue la última.
Pero no te saqué, al contrario, te perdiste muy dentro, y temo el día en que decida limpiar y de nuevo salga un pedazo de cristal.
Que me atraviese toda, sin importar cuánto tarde, pero que salga. Nada incrustado, nada incómodo, nada que deba cargar hasta la muerte. Un dolor que conozca el camino, que no se pierda entre mis costillas ni en las membranas de mi útero.
Un dolor que no se vuelva enfermedad.