Cubiertos de velo

En las mañanas de tamal del cálido hogar de amores y cuando bajaba de puntas por las escaleras de aquella casa, se oían los pajaritos y música clásica. Los gatos dormitaban y el perro hacía su ronda. Pobre de Tito, pobre de sus orejas que todo lo oían y sus ojos que todo lo miraron.
Y hacíamos el amor con la puerta abierta, en la oscuridad de la casa y parecía que nadie nos oía pero las paredes poseían los más finos oídos y habían cortinas invisibles de humo. Nos cobijaba el viento que alcanzaba a entrar por la persiana americana y hacíamos el amor sin importar que el descarado tiempo nos fuese a quitar unos cuantos meses de vida, sin saber que esa sería la última vez.
Entre gemidos y orgasmos quedaban nuestras últimas veces, en el sofá ya sentados nos observábamos temerosos del arrollo al que nos íbamos a someter, nos separábamos aceptando la derrota ante las cuestiones económicas y sociales. No sabíamos nada de lo que el destino nos estaba susurrando, entonces me marché aquella noche imaginando mi regreso, planeando destruir toda ideología que no fuera de amor.
Los primeros días sus mensajes me hicieron falta, seguía imaginando cuando íbamos a volver; en mi imaginación llegaba con flores, con anillo en mano y dando rienda suelta al futuro que habíamos dispuesto entre voces y las risas acompañaron las charlas de ida y vuelta hasta que el recuerdo nos invadió, la duda nos cegaba y el transito agudizaba largas horas de silencios de mi alma. No me hacía daño pero la indiferencia disfrazada de pensamientos constantes nos acercaban sin saberlo y fuimos viajando por costelaciones de espacio invisible, imaginando escenarios de amorío total y de eyaculaciones que no terminaban, pero ante la grosería de la separación nada era grotesco entonces.
Deseando más, deseando fajos de billetes y yo deseando besarle, sentirlo entre mis manos y mi alma. Las estrellas ya alineadas nos unían en las más ignorantes cuestiones de tiempo y espacio.
La voz de Dios apareció loco de miedo al ver a dos almas amarse tanto y las dividió para vencer, pero ella sigue extrañando las mañanas de tamales y las tardes de helados, noches de compañía sin igual. Él sigue esperando que todo esto tenga sentido y que las dos almas vuelvan a estar juntas.