El amor ciego

El amor ciego, sin razón ni sentido,
Cruza los mares de la duda,
Navega en la tormenta del corazón,
Sin ver los peligros ocultos.

Se desliza en el alma,
Como un susurro suave,
Encadenando corazones,
Sin pedir permiso ni perdón.

Sus ojos, velados por la pasión,
No distinguen entre lo real y lo soñado,
Construyen castillos en el aire,
Que el viento derrumba sin piedad.

El amor ciego se aferra,
A promesas susurradas en la noche,
Ignorando las señales,
Que gritan verdades dolorosas.

Sus manos, que acarician con ternura,
No sienten las espinas escondidas,
Y en su afán de abrazar,
Se hieren sin saberlo.

En su oscuridad luminosa,
El amor se convierte en guía,
Llevando a los amantes,
Por caminos inciertos y desiguales.

Las palabras, dulces y sinceras,
Se convierten en ecos lejanos,
Que resuenan en el vacío,
De un amor que no ve más allá.

El amor ciego pinta cuadros,
Con colores intensos y vivos,
Pero no percibe las sombras,
Que se esconden tras cada trazo.

Sus pasos, firmes pero inciertos,
Avanzan por senderos invisibles,
Guiados solo por el latido,
De un corazón que no quiere despertar.

El amor ciego, aunque noble,
A menudo se pierde en su laberinto,
Buscando una salida,
Que solo el tiempo puede revelar.

Y así, en su ceguera,
Nos muestra la belleza,
De amar sin condiciones,
De entregarse sin reservas.

Porque en su esencia pura,
El amor ciego nos enseña,
Que a veces, en la oscuridad,
Se encuentra la luz más brillante.