Una niña viene bajando

Quiero que una niña de alas dulces
como la miel de marzo, desentierre
mis vasos, surcados por naves tripuladas,
–trémulas banderas izando–
van bifurcando el destino,
van cegando innúmeras rutas temporales
por paisajes con nubes y todo, con humo,
con ríos de agitado batir de branquias
y estómagos que guardan voces voraces que preguntan
pinza por pinza bajo cada piedra o caídas plumas de sirena;
mi espíritu, pretendido y pretendiente
de soledades y mesillas de noche,
de luceros y crepitaciones del pan,
de feroces ideas sangrantes y singulares dientes nacientes;
y también mi voz, o cuchilla dulce
que funda en el oído, emergente,
emulaciones contra la muerte.
Quiero que, a incierta hora,
en la que mi dado inflama su faz dadora,
me arroje cuatro golpes en la puerta del pecho
para permitir la entrada del tropel hídrico,
imágenes trabajadas bajo la tempestuosa caída de la madera apellinada,
casi ahogadas de sudor y cansancio
entre las flores y el cieno.
Pero no le cuentes a nadie que en este oído tan pequeño
no caben todas las cuerdas del olvido,
y un hachazo no es suficiente, nunca es suficiente,
para derribar una nota oculta tras el pálido cristal de una fuente.
Adentro queda muy poco:
la doble vida de una escoba
que limpia el polvo obsceno que mana de caninos letales,
y multiplica ojos y yemas para establecer con la realidad atemporal
una relación mucho más íntima,
no hay una pala, si me das una pala moveré esta tierra,
y aparecerá el fuego buscando en el árbol caído
la incesante cartografía que traza el rayo,
hay también una copa de clavos licuados para que fluya lava
hacia la mente estancada, y regrese la turgencia de los labios
dispuestos a coger la verticalidad de una nube volátil y fértil.
Quiero que su vuelo dulce, irrumpa
en mi furtivo perderme entre los árboles,
coja, eleve y expanda mi oído amargo,
que inocule en mí toda la lluvia caída y por caer
es mucho, lo sé;
quizá con solo unas gotas
colapsen mis frágiles membranas bajo el sonorísimo cristal,
y salgan volando por mis poros
todas las sonrisas y tristezas impuras,
se desplieguen mis parpados
y caigan en cascada las serpientes videntes,
se abran mis fronteras óseas
y escapen en sus desbocados corceles
los errantes herreros de la especulación supraterrenal,
y al fin puedan forjar en paz bajo la blanda faz del subcielo.
Tiempo, yo que estoy hecho de tu más mínima y vil descamación,
guarda entre tus hilos mi faz amenazada,
no permitas que dedos eólicos
lleguen a ofrecerme en sus líneas digitales
un variado abanico de circulaciones posibles,
porque perderé de vista los colores y lo que los mantiene unidos;
es sabido, la luz no baja a donde no es bien recibida;
y la niña no vendrá,
y yo seguiré helado: vitalmente indeterminado.
Apología de la luz
Santiago de Chile. MAGO Editores, 2023
ISBN: 978-956-317-739-8
Copyright 2023, by Camilo Quezada




