Cenavinobeso

Nada pudo mejorar ese Cenavinobeso
que nos dimos al despedirnos,
sé que lo recuerdas aún,
indagando entre mi mirada y
la orilla de mis labios,
te describiría como inquieta,
pero siempre me costó trabajo
leer tus líneas,
aunque me resultaba indescriptiblemente
asequible recorrerlas a tientas.

Qué enrevesado resulta confundirse
entre los pliegues de la boca
de fulana o mengana,
pero aún más arduo me resulta
desprenderme de la tuya,
cuando el ritmo nos acompaña
como tambores que encaminan
al acto como invitandonos a
recorrer esta salvaje jungla
fuego-producente, inospita,
virgen, de brava hospitalidad
pero de generosa didáctica.

¿Cuántos Besayunos dejamos inscritos en
esa rústica mesa turqueza de la cocina?
Los podrias contar en números decimales,
algunos incompletos otros con tendencia
al infinito.
Quisiera ahora mismo dividirme,
de forma compleja,
entre el preterito yo y el ulterior
en el que aún deseo que existas.

Pero ya no estás, no porque asi
lo deseaba, si no porque asi
lo decidimos (diste).
Tus inadmisibles enunciados llegan
aún más lejos que tus gritos de regocijo,
pero siempre fui el último
en saberlo, como beso de despedida
de mustia noche.

Ahora solo quedan estas hojas
esparcidas por todo el agreste
piso sobre el que mis
piernas decidieron caer,
al flaquear, evocando aquel
último Cenavinobeso que nos dimos.

Comenta & Vota