LA VIDA EN EL TIEMPO
Me cruzo con el hombre mayor, regresa a su hogar,
en su juventud trabajador incansable, parece triste,
camina con dificultad, me saluda amablemente,
vive en las cercanías, para él resulta consolador
volver a casa, se nota, ha cumplido su rutina
y se ha llenado de gente, alguna ya conocida,
se ha llenado de vitalidad en el inmenso exterior.
Alguien le espera, es afortunado,
aunque sea alguien que esté cansado
de la rutina del ser amado,
al menos no lo ha abandonado,
y, seguramente, morirá en sus manos.
La niña habla sin parar,
es un hablar deslavazado,
pronto aprenderá a callar
por un discurso amenazado.
Un día se marchará, feliz,
nada ni nadie la detendrá,
en pos de una libertad tramposa
que amaga contra quien tiene un desliz.
Su madre la atiende, es bienaventurada,
se desvela por ella, salta y salta
con una flor en su manita de marfil,
se la proporcionó un vecino generoso,
me mira y me sonríe, con eso basta.
Lucen las aceras, recién remodeladas,
ahora sólo se tropiezan los que, embobados,
observan de los móviles unas novedades
que quizás hoy serán virales
y mañana totalmente relegadas.
Los árboles amortiguan el sol desgarrador,
ahí continuarán cuando nos vayamos,
y amortiguarán el sol a otros extraños
que pasarán sin prestarles la menor atención.
El césped seguirá creciendo, o puede que no
ante la escasez del oro líquido, algo harán,
siempre habrá alguna forma de sustituirlo,
artificial, claro, pero del bonito.
El silencio sepulcral de la noche musicalizará
los sueños de los nuevos durmientes, cada día
el ángel encargado de velarlos les contará
que aquí habitó, por un tiempo, alguien que les quería,
y que ahora, en cumplimiento del protocolo,
se marchó a un lugar de paz y amor,
que no lo busquen, que ya no se halla solo,
que conoce la dicha, que ha mejorado de color.




