LA INFAMIA

Es un señor, pero no uno cualquiera,
cabría presagiar sin exponerse que su condición
depende que rinda pleitesía con devoción
a quienes gustan del innoble arte de la guerra.

Podría afirmarse que es un par entre pares,
si bien su paridad resulta dudosa,
prevalece su identidad temerosa
cuando unos le dicen para y otros no pares.

En realidad parar no puede, su alma vendida
al déspota maligno, su indecencia arrendada
por treinta viles monedas de espuria calma,
hacen que él sea de todas las cosas su medida.

Perecerá, como el último hombre que asesinó,
como la última mujer que deshonró,
como el último niño al que cercenó,
como el último viejo que no respetó.

Es un señor sin señorío, vasallo de quienes
sostienen su indigna jefatura,
porque teme que con premura
acabe donde lo hacen los que sostienen
que a su perro lo tratan con ternura,
que a sus hijos Dios les dé larga vida,
que la culpa es de los que pretenden
asaltar su castillo, prender su dicha.

Su testamento será la sola muerte,
y cuando piense que todo terminó
y que quizás le favoreció la suerte,
comparecerá ante el Dios en el que cree,
y tarde, se dará cuenta que no cumplió.