Comedia de los fieles

¿Cómo estás, hijo? - Replicaba el padre
mientras consagraba la ofrendas del altísimo.
Elevaba pan y vino a las miradas
de los creyente, perdídas y extrañadas.

Pasaba, por un lado, el socio, el demonio,
como habitualmente, con vestidura blanca.
Asqueados le miraron, indignados,
repudiando la temple de su cara.

Retraído le mismo y con paso vacilante
caae, pero solo para besar el suelo,
fusionar el concreto con sus marcas
y, por fin, quitarse el velo que le cubría la cara.

Asquiento, asquerosos, ellos mismos lo recomendaron
como el más devoto de la consigna.
El llevaba la insignia, el duelo
de las dos mitades que nunca se encontraron.

Él estaba vestido de blanco
y el padre tan irónico como siempre
gritó al cielo y a los dioses
se atrevió a decirles de frente:

"¿A quién me han traído, jueces del destino?
¿Es que acaso nos han visto las caras?
Devotos como indigentes y sus fieles, que son idiotas...
Solo hace falta al más pulcro clavarlo por la espalda".

Y así entre blasfemas que escupía al cielo,
un trozo del suelo se abrió en dos mitades.
Lánguida e inerte, una estructura se yergue
y replandece ante los ojos que ahí existían.

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