Otrora,
era la vara que azotaba las piedras,
que rompía las olas y hacía retroceder
a las aguas, que volvía néctar
el amargo corazón de Mara
y tornábase un basilisco ante la mirada de la corte
y el Faraón:
voz de silencio divino,
pértiga de plagas,
percha de pedrea y azote de las peñas;
toca tu cuerpo el suelo, y es la serpiente mi Fe,
por encima del polvo, la razón y mis sentidos.
Y no soy más verdad que cuando me apresa el terror
de ser criatura y tener ante mis manos
el cuerpo intangible del milagro.