Acteón

Un ojo de agua, oculto y cristalino,
refleja la piel de la Diosa:
sus pechos de ámbar que rebosan de néctar,
sus muslos que como una concha de nácar
custodian su dulce perla, coronados por un rubio encino
del que escurren algunas gotas de almizcle y rocío,
destiladas en la hondura del monte y sus entrañas secretas:
Pero el cristal se enturbia
y como el vidrio de un sueño
se quiebra bajo una hambrienta mirada
que desgarra la piel con sus leznas,
como el canto de miles de dagas
y esquirlas sobre la seda,
que son hierros, que son espuelas,
que son deseo en los ojos llameantes del ciervo
mientras todo alrededor es engullido por el fuego,
y los bramidos de las llamas
y el aullido de los perros
rugen en la espesura
junto al clamor de los cuernos;
y el galope de las fauces abiertas
que se abalanzan sobre su presa
mientras la sangre hierve
y cae sobre la hierba,
no es sino un quejido que se ahoga
mientras la osamenta se quiebra,
justo antes de que en la pupila
el brillo fugaz del rostro de Minerva
se extinga para siempre en la niebla.