Jamás...

Jamás herí sin remordimiento,
jamás amé vivo y odié a muerte;
no atravesé mares en viento
iracundo retando a la suerte.

Jamás vi monstruos o santos,
sí ovejas malas y lobos buenos;
jamás viví mis deseos o llantos,
sí morí navegando sueños ajenos.

Jamás seguí el arcoíris, perdiendo
el tiempo en rubor y miedos;
jamás me escuché floreciendo
al fragor de malezas y enredos.

Jamás a nadie consuelo pedí,
ni negué el hombro a un amigo;
no dejé que otro se turbe por mí,
se deprima o amargue conmigo.

Jamás un dolor logró devastarme
más que el arrebol de cielos rojos;
y jamás nunca pudo enamorarme
un amanecer más que sus ojos.

Jamás supe adónde pertenecía,
si el mundo lo dijo yo no lo oí;
le bastó con reírse de lo que tenía,
y azotarme por lo que no le di.

Jamás toqué el paraíso en tierra,
sólo acompañé a los valientes;
jamás pacté egoísta una guerra
pero paz no saqué de vertientes.

Jamás pude escudar, sólo dañé,
fuego amigo en mi pelea de honor;
me esforcé en cuidar a quien amé
sabiendo que sin mí les iba mejor.

Jamás me permitió sentir orgullo
la lúgubre huella de mis pasos;
cada victoria era suave murmullo,
patética y ahogada en fracasos.

Jamás creí en halagos, abrazos,
o besos dados para mi deleite;
venían con precio, eran pedazos
de corazón hirviendo en aceite.

Jamás aborrecí a un idiota
más que al que me tocó habitar,
jamás hallé otra ilusión rota
comparable a la que fui a arruinar.
No hay sujeto de mi desprecio,
ni hombre merecedor de mi rencor,
más que el maldito necio,
cobarde, de mi alma captor.
Destruyó mi vida en la obsesión
de respirar ignorando el albor,
erigiendo altar de autocompasión
se olvidó del amor, ¡del amor!

Quisiera poder abandonarte
pero estoy atado a tu pena.
¡Muévete! ¿No vas a enfrentarte
a los demonios de tu alacena?
¡Vive! ¡Deja ya de lamentarte!
¡Eres tú mismo quien te frena!
¿Acaso no hay más vida aparte
de lo que crees es tu condena?
Por favor, dile a alguien, así
podrías contigo hacer las paces,
levántate, defiéndete de ti,
dejemos atrás la vida de jamases.