Tus ojos, tras el rojo amanecer

Tus ojos, tras el rojo amanecer

Yo voy, tras cortejar, de tu premura,
primeramente aguardo de tu sombra
sin vulgar llamarada de sorpresa,
único en el hastío, te renombra:
e interceden tus ojos, tu belleza,
para darte el amor, mis labios llevan
oportunos rescaldos de mi aliento,
donde puebla el silencio, tu instrumento…

Tu boca trae el aroma de noches,
son rosas desveladas por tu brisa,
y acuerdan por el mar de tu prudencia
el retórico arrojo de tu risa…
No es frecuente atavío donde encierra
el Oro, la bengala de tu noche;
y trae consigo menta de la sierra,
heroica desnudez que contrapeche…

No vulgar tesón, no tu estoica pluma
acérrima en morir si en la voz quiere,
inoportuna sombra azul, contraste,
del mar aquella espuma que acomete,
sin el ornato que requiere fauces,
tropelías encadenan tu vuelo,
tras horas de velamen riguroso
fértiles, por demás si solas penan…

Sin hechura grotesca, cual fantoche,
de rostro inmerso en temor, no sin fauna
acopia el roer de la herrumbre, bases
que son columnas y mutuos disfraces
de una antigua era. Leve rostro,
por desmán y arbitrio de tu belleza,
permanece aun, sobrio el estandarte,
que neblina no oculta. Tras soñarte.

De las últimas estrellas, me quedan,
investiduras leves, tras el aura,
eclosión, arte, que celeste, impera,
boca de fuga tras inercial palio,
de su atavío mejor, ó sin noche
ya el Alba blanqueara su hipérbole
colora, de su sinestesia avala
y abreva de su luz, perfecta Trova…

Tus ojos, tras metálicas estrellas,
persuaden las imágenes más bellas.