Supongamos...

Supongamos…

Supongamos que la nieve de tu espalda
besó fragante la mejilla, de un lunar, que los silencios
horadaban en su miel, tras la derrota
inasible del mar, del oro avaro; que sentenció la aurora…
Supongamos, que tu pierna demorara,
vertiginosa, oscura, su difame tras mi abismo
tras el color que mi tornado a tus pies no degollara
la sombra, el rincón de tu pelea tras el baile…

Supongamos, que mi orilla devastara tu silencio:
otro mar de esmeraldas de alambique
que tu cedro incurriera en el ropaje, -Supongamos-
que el aliento de tus voces, repartieran las neblinas
que el Ocaso de mis noches concertara sin amor-;
-Si supiéramos- los nombres que venablos danzan,
a incurrir las claustrofobias que el horizonte aplaca:
-Si supiéramos- las albas-, tras las huellas destinadas

A tocarte… a vencer de las clepsidras su anaquel,
tras elevados montes; Supongamos que lo ciego
no adereza lo sombrío, pero niega; su coturno de oro;
Supongamos, meditemos: que el cofre más valioso
es aún el más vacío, para atesorar, de la memoria de tu luto
las llaves del Tesoro más valiente, que cupiera,
en esa risa… Supongamos, que el delirio de no verte
fuera mi delirio; y que aún de las mañanas

Donde el viento no sopla... fuese aún mi lastimera congoja,
el mineral, el extravío que mi fuente no adorara:
fuera aún el estival durmiente que trasnocha,
sobre aquél, que emancipa su baluarte, y no tocara
aquella niebla, que tu cuerpo me deseara…
Supongamos, que aquél vino no embrujó aún mis males,
sobre el deseo de los Ángeles endrinos,
-No pensemos- si recuerdas, si recuerdas…

Sin la Lira, que se ofusca en su sainete
si el ardid de la vejez, no se opaca si en los nidos
no perdura la esbeltez de tus diademas...
No hay presente, que lo culto amedrentase,
Si la voz de tu pecho no buscara
más la boca de las risas de las fiestas,
que el oro no turnase en los desvelos…
Si la trenza de tu cuerpo no anidara

E irrumpiera con su Canto, anocheciera
tras el desvelado ahínco, adoleciera…