Te explico...

No confío en el perfecto,
en el hombre diez.

No confío en el que sigue protocolos,
en el que pela gambas con cuchillo.

No confío en el remilgado,
en el que es capaz de peinársela
antes de mear.

Me va la gente corriente
con modales corrientes,
los que se ensucian las manos
y no cuidan excesivamente sus uñas.

No confío en el niño pijo
con sus tontos caprichos
que papi complace
sin oposición.

No confío en políticos,
todos trajeados,
con rostros ensayados,
con sus discursos engañabobos,
con sus apretones de manos
frente a la cámara,
con sus inauguraciones de no sé qué,
con sus poses,
con sus lameculos. . .
odio a los políticos.

No confío en el banquero,
ni en sus planes de pensiones.

Confío en el tipo huesudo
que pasea por la mañana
y te da los buenos días.

Confío en esa anciana que compra el pan,
en esa que hace punto de cruz,
o una cortina de crochet para su casita.

Confío en ese que curra nueve horas al día
y llega a fin de mes
más apretado
que chinos en el metro de Shanghai.

Confío en lo directo
y no en eslóganes precocinados.

Confío en mí
y en mi independencia mental.

No confío en lo perfecto,
en el hombre diez.

Lo único perfecto es la nada,
y para ello o estás muerto
o no has nacido aún,
y si por casualidad estás leyendo esto,
no creo que ninguno de los dos
sea tu caso.