Ladridos.

A veces me dedico algún suicidio,
destilo el alma a base de cebada,
mas desafortunado no culmino;
quizás me falta fuerza y mala pata.

Entonces me disfrazo de poeta,
escurro tu canción por mis papeles,
encripto algún mensaje entre las letras
y encabalgo mis sueños a tu suerte.

Después juego al despiste puro y duro,
dejando aposta un texto en cualquier parte,
buscándote, tragado el desayuno,
rogando porque logres perdonarme.

Con otras bocas se me va la vida,
pierdo el aliento insano en otros cuerpos
y siempre acabo hincando las rodillas,
ladrándote y sintiéndome más perro.

Igual alguna vez seré ese hombre
que no te obligará a blandir pañuelos,
en tanto, sin pensión ni condiciones,
solo puedo decirte que te quiero.