El alma de los limones

poema de Acero etereo

Estaba caminando por hectáreas y hectáreas
de bajo césped verde y hoja ancha,
subiendo lo que parecía una colina;
en cada paso sentía vibrar
las células rubí de mi cuerpo,
temblar de emoción, porque sabía que
cuando llegue el horizonte carmesí,
cuando pise el borde de esa colina,
me iba a encontrar con un sembrado de limoneros
tan grandes que no alcanzas,
levantando al máximo la mirada, a verlos.

El césped era suave
y me hacía cosquillas
en mis pies descalzos,
el cielo tronaba melifluo
y su luz era inmaculada.
La caminata fue eterna e instantánea,
algo que no pasa en la vigilia empañada.
Y al final, ahí estaban.

Resplandecientes limones que anuncian vida y muerte
tan incandescentes que razonan y también sienten
que explotan, y su jugo baña la hambruna
y de ella hacen abundancia...
que crean los mundos, aunque el mundo no les crea,
que rozan lo etéreo
y lo simbólicamente
inalcanzable, desmienten la farsa.

Pero... cada vez que quiero,
probar de aquella fruta,
aparecen los demonios del miedo,
la vergüenza y la bondad.
me retan a seguir firme en las decisiones
que tengo que afrontar,
sus horquillas son de moral,
y si me dejo atravesar
todo volverá a empezar,
el continuo ciclo del saxofón llorón
y de la paloma que no vuela,
y la vieja escuela
de paramos rizados y dorados,
pues claro,
eso también es un alago.
raro pantano,
el inconsciente inocente.
¿eso te dice algo?

Todo pendula,
de aquí a allá,
sin parar,
sin final,
son olas que vienen,
vienen y van,
suben, bajan,
trazan nubes de sal,
que tajan,
tanto se rajan
que rozan mi alma,
Haciéndola rosal.
tragar, gritar,
tanto rebotar,
no queda mas,
creer, o reventar:
criado para pendular.
nacido para sentir,
básicamente fluir,
mas básico, vivir.

¡El tiempo que corro para escaparle a esos demonios!
demonios camuflados bajo granjeros con horquillas, corriéndome.

Tiempo volátil, muerto, tieso. que gasto por no afrontarlos. Intento en la carrera saltar y volar para agarrar una de esas almas ácidas, que eran aquellos limones. Nunca consigo más que su aroma, que aunque sea perfume, también acaricia, consuela y abraza.
Ama,
incluso ama.
Perfumes que aman.
El último recuerdo es una lágrima que se mezcla con el sudor de mi cara sudada, y muere en mi respiración agitada.
Desde ahora,
cada noche que pongo la cabeza en la almohada sueño volver a vivir aquel paraíso onírico, incluso lo busco entre las casas, y en los ojos de los que me dan confianza, en la balanza que pesa mis palabras, en los pesares de los que no dicen nada, ando buscando ese paraíso, buscándolo incluso mientras estoy despierto.
¿No es acaso eso un soñador?
¿Un delirante lleno de amor?