Perseo

poema de Alguien más

En texto me arroje al olvido.
Al olvido de la palabra.
Al húmedo espacio de la angustia.
Para no caer al vacío.
Para decir lo que no digo.
Para estar ahí, en donde no hay cruz ni martillo.

En lo cotidiano buscar la espada mágica.
En estos miedos y cavernarios días.
En la simple ternura, el brillo de su filo.
En la blanca esperanza, la empuñadura de Mahatma.
Porque, ha de ser débil quien empeña su alma.
Si el alma existe o no existe, nada de esto la empaña.
No es más que la mano y la fuerza de su corazón temido.

¿Qué no existe tal corazón?
Entonces,
¿Cómo una madre alimenta a sus hijos?
¿Cómo un padre perfecciona su oficio?
Si todo muere, si de nada sirve la esperanza y el sacrificio.
¿Por qué se atiende con bondad a los enfermos?
¿Por qué aún quedan los que defienden a los indefensos?

No porque sean estos otros tiempos.
La espada entonces no tendrá guerreros.
Que alcen su brillo de esperanza.
Que la enfrenten sin miedo a ser heridos.
Porque de esto se trata, es la primera y única vez que vivimos.
Estar ahí es elegir y elegir no tiene moda ni tiempo definido.

¿Que la historia la escriben los ganadores?
Nadie ha dicho que no es cierto, sucede en los Coliseos y en los Olimpos.
Pero la espada que tiene dolores de antaño e impunes historias de siglos.
No es de perdedores ni de vencidos.
Mas bien, son de aquellos usados, subestimados y ofendidos.
No se trata de divina justicia ni de designios inteligentes.
Es la espada inocente, la espada fraterna.
La que brilla sin ser vista.
La que nunca gasta su metal de corazón ardido.

No se puede dejar de alabar a quien la alce.
Aunque sea una vez en la vida.
Aunque su rostro anónimo quede fuera de los libros.
Una vez que ella se alza, los Dioses corren en sus delirios.
Perseo siempre resucita,
como el ave fénix de los sufridos

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