Soledad.

poema de Infinito

Empieza el día gris, como todos los demás, asimilo la rutina y bebo un café que no sabe a nada.
Camino sin darme cuenta qué he pisado, no hablo, solo escucho. Llego al primer encierro, me recibe una puerta negra, que me lleva a tres paredes de concreto y una gran ventana que no puede abrirse ni deja ver lo que hay del otro lado. Me ahogo entre palabras, números y puntuación, entre risas ajenas, gritos y comentarios, entre tinta y hojas, en mi silencio.
Luego de unas horas, escucho un estruendoso campanazo, que anuncia mi salida de esta a mi otra prisión física. Llegando a ésta, me recibe mi carcelera, y con un saludo tosco, vuelvo a estar preso. Pero, lo físico es soportable, el verdadero encierro empieza cuando me doy cuenta que estoy solo, que estoy incompleto y vació. Sin actividades a realizar, mi hipocampo se ocupa en atormentarme, en recordarme el pasado, ese que me hace enojar. En recordarme también el buen pasado y empezar a extrañar. Pero sobre todo en recordarme la distancia increíble que existe entre ella y yo, no medible en metros, si no en minutos, en eternos minutos que cada vez más lento pasan, que hacen más difícil la estadía en ésta mi cárcel.
Sin ánimo ni energía, lo único que hago es recostarme a pensar, tal vez a llorar, esperando a que con suerte Morfeo me arrope y me funda en un sueño, en ese sueño en que ella es solamente mía, ni el tiempo, ni las paredes, ni el resto del planeta pueden quitármela, allí en mi sueño, donde hacemos lo que nos place, donde nos amamos con alas de halcón, volando sobre el plano universo, jamás comparable con nuestro amor.