Yo

poema de Rodrigo Vega

Todos los días se desprende de mi cuerpo un poco de mi mismo. Se desbarata sin mediaciones ni razones más allá que las que impone el paso de la vida. Entonces me mojo la cara, me restriego los ojos y me pongo la ropa de esa otra persona que no soy yo. Por que yo era ese que ya no existe, que se dejó ir como vapor de viento entre los segundos que me desbarataban poco a poco . Y entonces salgo a calle a mostrar la cara que no me pertenece, absorbiendo la luz y las sombras que derriten y evaporizan estas pupilas que no son las mías.

Y camino, y mis pasos no son mis pasos. Y mi andar distraído tampoco es el mío. Resulto ser apenas, una imitación burda de lo que era; de lo que no volveré a ser jamás.

Así me dispongo a la vida, al frío del mármol que soporta el peso de mi existencia difusa; y la claridad innata que brilla en los ojos de quien encuentro a mi paso y me saluda. Y dicen mi nombre, y dicen conocerme. Y la estoica percepción de gentileza que solía definir a ese que solía ser, sale a flote. Y guardo entre el espacio de mis palabras otras tantas que debería decir, como candados insonoros que recluyan entre el silencio la única de mis verdades: Yo ya no soy yo.

Puedo ver entonces las cenizas de mis ojos evaporadas entre las frías sombras de las cosas y esa mota de polvo cósmico que viajaba sobre el ultimo segundo de la existencia entera y desgarraba la poca esencia que quedaba de mi. En mi.

Por que todos los días se desprende de mi cuerpo un poco de mi mismo. Y mis pasos ya no son mis pasos. Y mis pensamientos tampoco son los míos. Resulto ser apenas, un ser estacionario, casi aprovechado, de los logros, los errores y fracasos de alguien más. Y salgo a la calle, y sale alguien a la calle. Y me miró entre el reflejo pausado de las vitrinas. Y alguien me mira entre el reflejo pausado de las vitrinas. Como prismas diluidos entre vapores de nieve, llegó a reconocerme. Y alguien llega a reconocer, a ese que ya no soy yo, también.

Pues me desbarato sin mediaciones ni razones más allá que las que impone el paso de la vida. Pues me dejo ir como vapor de viento entre los segundos que me desprenden poco a poco. Y guardo entre candados insonoros, sobre el espacio entre mis palabras, otras tantas que forman casi sin quererlo mi única (la única) verdad: Yo ya no soy yo.