Nada

Aún cuando, absorta, me pierdo en tristes líneas,
o trazo garabatos sin brújula ni pena,
o invento melodías de notas sostenidas,
o pienso en todo aquello que no debo,
te recuerdo.

No es que estés tan lejos que mi voz no llegue;
pero a veces quisiera que estés cerca.
Más de lo que admiten mis austeras palabras.
Más de lo que permite nuestra sana amistad.
Más cerca.

Y ahora que al menos no estás a algunos metros
sino a varios kilómetros de mi sombra;
procuro deshacerme de aquello que me ata,
o entenderlo por fin, después de todo.
Pero no.

No es fácil abandonar las razones y peros
cuando han sido el sustento cotidiano
de mentiras que sólo yo creía,
convencida que un día acabarían contigo…
Aún vives.

Vives hoy para mis ilusiones de la misma manera que
el día primero: como si no existiera nadie más.
Con la intensidad de tus ojos oscuros.
Con la fortaleza de tus recios brazos.
Tuyos.

Tan tuyos como mías las palabras a medias.
Como el final que vuelve a repetirse.
Como aquél otoño en que necesitábamos
lo único que no podíamos darnos.
Lo siento.

Perdón por haber olvidado el pendiente.
Por no haber tenido todas las respuestas,
conformarme con ésto que no nos conforma
y no luchar por lo único que en verdad quería:
a ti.

Cada vez hay más agujas de reloj entre nosotros.
Nuevas páginas se escriben y nos dejan atrás.
Pero nosotros no avanzamos sobre un hilo,
sino en círculos concéntricos cuyo fin y comienzo
es uno:

la repetición absurda de un error absurdo,
como absurdo el silencio o el temor al fracaso,
como tonto el empeño por ocultar lo obvio…
Como grande el deseo de decirlo todo un día.
Totalmente.

Por hoy sólo me queda recordarte.
Y contigo recordar agridulces razones para seguir
mintiéndome y creyendo y siendo débil,
sin deshacerme ni entender ninguna cosa.
Nada.