Historia de una vida

poema de Laya

Mi piel se hacía gris con cada paso que el tiempo daba.
Mis ojos se transformaban en un blanco y negro.
Mis cabellos en hilos ausentes.
Mis mejillas se arrugaban con mi frente.
Mis cejas se hacían menos visibles.
Mis uñas se quebraban.
Mis labios se partían.
Mi voz desaparecía.
Y mi vida volvía a pasar.
Volvía a ver aquellos instantes efímeros en los que una lágrima caía.
O en los que una sonrisa surgía.
Y aquellas importancias que con el tiempo desaparecían,
Ante mis ojos volvían.
Aquel pueblo de mi infancia, que entre gritos amicales de niños en mi mente recorría,
Aquellos sueños de niña joven tarareando una melodía.
Veía pasar las rejas de una frontera,
Que separaba la guerra.
Más adelante venía, una historia de amor, entre una joven y un caballero,
Que jamás se terminó.
Cuatro lágrimas, un adiós, manos temblando y voz quebrada.
Pasaba la imagen de una madre de cinco hijos y dos hijas, en una cama vieja en la sala de una casita de madera.
Un tapete roto, platos quebrados, ventanas sucias, corazones helados.
Algunas palabras secas, de despedida, ninguna muestra de afecto había.
Siete niños sin padres, que las labores se distribuían, que de ir a buscar el agua, prender las velas y orar al Dios vivían.
Aunque también había momentos felices, en los que una niña en el césped corría.
Que saltaba en los charcos de lodo, y en el rio nadaba alegre.
Había sonrisas en partir una torta, que de milagro se conseguía.
Había alegría en cantar una canción vieja en familia.
En jugar fútbol callejero, con botellas abandonadas en calles con olor a orina.
En usar vestidos lindos que botaban otras niñas.
Y veía un poco después, a aquel hombre que en mi esposo se convertiría.
Y que de mi vida parte formaría.
Algunos años más adelante, de madre me veía.
Con dos niños y dos niñas, declarándome perdida.
Y luchando por seguir adelante, mendigando y trabajando para otras personas,
Todo por conseguir comida, que la mayor parte del tiempo yo no consumía.
Y por eso adelgazaba drásticamente, mis costillas se veían, y mi piel a los huesos pegada, cada vez más envejecía.
Cada segundo que pasaba, era un segundo más cerca a la tumba.
Pero veía a esos cuatro niños, a mis cuatro hijos, y el valor me venía.
"No seré como mi madre" - sin parar me decía.
"No terminaré en la nada, dejando en ruina a mi familia".
Por eso luego ya veía, una puerta de metal.
Un letrero viejo, con letras oxidadas.
Un orfanato, lo llaman.
Y vi a mis hijos entrar.
No lloraban, ni sufrían.
Ya era esa su vida.
Un mundo en el que nada era fácil.
En el que el esfuerzo no daba comida, y no traía vida.
Luego simplemente eran los mismos días, la misma rutina.
Ya no buscaba agua.
Ya no comía.
No cerraba los ojos.
No vivía.
En mi cama recostada, simplemente esperaba a que aquel día llegara.
El día en el que la muerte fuera buena, y sin pretextos con ella me llevara…

Comentarios & Opiniones

Omar Ramón Adjunta

Colega poetiza,muy hermoso tu texto un placer leerte aunque un poco cruel al final,recibe un cordial saludo feliz fin de semana.

Critica: 
Laya

Omar Ramón Adjunta, el placer es mío al ver que te gustó.
Gracias por pasarte y tomar parte de tu tiempo a leerme.
Saludos.

Critica: 
ELVIRA COLQUI

QUERIDA laya ME ENCANTARON TU VERSOS,SOLO EL FINAL TRISTE PERO ES EL FINAL INESPERADO-UN BESO

Critica: 
Laya

ELVIRA COLQUI, gracias por tus constantes lecturas y pases por mi espacio.
Un placer recibir tus palabras.
En efecto, un final bastante duro, pero fue así como me nació.
Saludos.

Critica: 
ELVIRA COLQUI

TEinvito mis letras LAYA.

Critica: 
Laya

ELVIRA COLQUI, yo siempre te leo y respeto mucho lo que escribes, me fascinan tus letras.
Con mucho gusto te dejaré mi comentario a partir de ahora, saludos.

Critica: