Notre Dame

A los pies de un Dios ignoto,
en una ciudad más arriba
que los inexistentes campos elíseos.

Arrodillado ante el arte de siglos
agrupados en una escultura
a un sacerdote que no sabía,
que el único dios que hay,
tiene nombre, apellido y vive en pecado.

Magnánimo festival de sentimientos
que gritan en silencio por el miedo
a que un cuadro se despierte.

¿Cuantas almas han caído
aquí por el paso del tiempo?

Pues ninguna, porque aquí
nace la inmortalidad del arte.

La belleza de las vidrieras
enmudecen a la misma muerte,
pues la luz que las atraviesa
vislumbre la verdad de los hombres.

 
Pues Notre Dame no es hogar de Dios,
sino la morada de los hombres
que rendían tributo a la historia
y que hoy abrazan a la nada.

Tantas cruces esconden el
verdadero milagro del hombre,
pues ya quisiera Dios pertenecer
a un lienzo tan sublime.

Pobres de espíritu acuden
a besar los pies de un
sacerdote que no conocen,
que enfrasca cierta sonrisa
del que sabe que ha engañado.

Mis ojos siguen perdidos
en un estilo gótico
forjado por las manos rotas
de moles de dioses anónimos.

La verdadera divinidad en esta sala,
es la unión de los hombres
que humillaron a la belleza,
superando algo que
a día de hoy carece de sentido.

Brindo con mi tinta por
un tesoro que no tiene dueño,
y que será el legado
de los hijos del arte, chapeau.