Aislamiento.

Recuerdo estar ahí, la arena gris y el mar triste pero magnífico, me impactaban sus impresiones y hacían notorio lo pequeño de mí.
Fue ahí, justo cuando el viento golpea más, justo cuando el sol derrama luz palida en las cosas y la noche, empieza a hacer su recorrido de obscuridad.
En ese momento de mera dialéctica en tiempo, finito e infinito, todo resuelto en devenir, dentro de, se me preguntó:
¿Luz u obscuridad? ¿Verdad o falso? ¿Mudo o ciego?
Y obte por la luz, que fatiga mi pupila, la luz que me hace volar, la luz que me quema por dentro.
Tomé mi decisión, el mar se hizo remolino y el viento me llevó al centro, me alcé, subí, floté y resistí bajo el dios feroz y abrí los ojos.
Abrí los libros, toqué las cuerdas y los días pasaron a ser semanas luego meses y ahora años. Sin párpados aún no lo comprendo, pero hay satisfacción. Frente a la marea y mi bastón la parte en dos. El sol ilumina mi camino y me encamino a recorrerlo sin mirar atrás. Todo huele bien, se escucha si respiras.
Qué lástima que depende del aislamiento, de la incomprensión, de caminar por un pasillo lleno de espejos, que confunden mi identidad. Pero aún sé quién soy yo, aún me levanto a inventarme, a buscar las preguntas adecuadas.
Mis labios se sellaron, mi corazón busca a una sola amante, y es correspondido.
Aunque a veces extraño escuchar un latido, verme en otra pupila, sentir los zurcos de una mano. Amanecer tocando los pies de otra persona. Pensar en casas a futuro, la hora de la cena y de la regadera, las canciones de amor que ya no siento, la nada circular sobre mi pecho, donde pasa todo lo que veo en ti.
Pero solo me queda la madera y las oraciones. La cuerda y los espacios. La voz y el pensamiento.
Todos me observan y yo observo a nadie. Y la vida, se me escapa entre las letras, pero mi vida, se fija justo allí.