QUÉ PERDIDO ESTABA.

Nunca pude comprender la lluvia sobre sus cabezas,
es que estaba ciego de mi locura.
No veía el vacío tremendo de sus vísceras.
No
Hoy,
encuentro satisfacción al hacer patente mis desequilibrios,
mis aullidos nocturnos
y mi promiscuidad.
Hoy,
fármacos carcomen mis órganos
y alumbran
mi sensibilidad.
no eran malos,
no eran buitres,
no eran abusadores.
El extraño soy yo.
Ya no lloraré más.
al menos no por los supuestos azotes.
¡Qué lástima!