TRANSFIGURACIONES

A LA MEMORIA DE ROSA MATILDE VELEZ

I
Del fruto de una flor naciste tan perfecta
a los pies de la Virgen, la tierna del laúd,
y el trino sollozante de tus ojos proyecta;
la romanza tardía, la canora virtud.

Devoto a tus suplicios encuentro soledad
Madre mía engáñame en tu Vid maternal,
arrúllame cual niño embelese su edad
deseando con sus manos alcanzar tu raudal.

II
Que hago Madre mía ante el ruego impasible;
del inhóspito bosque que clama tu ausencia,
por la vieja calleja escucho inefable,
las pérfidas voces que tiritan prudencia.

Sus ecos lampadarios me conllevan pasivo;
a buscarte en el místico imperio venusino.
¡Oh mártir de fino oro tu que rimas los mares,
y al naviero constante das tus suaves cantares;
con tu voz melodiosa que en la playa fragante
deseo en tus brazos quedarme un instante!

III
En el velamen de tu suave cadera admiro
las curvas pronunciadas que te dio el procrear,
tan visible, cual diosa, la esfinge de zafiro
la venus de la vida, la reina del amar.

En la frágil mirada del pretérito sueño
quisiera ser la adelfa que decore tu estancia,
junto a un negro retrato de mi cuando pequeño
formaré el racimo tal griego de la infancia.

IV
El tenue olor a tierra y las horas del día
florece en las lagunas los hastíos de mi alma;
y al no poder tenerte en mi triste agonía…
pintaré blancos lirios con pétalos de calma.

Tienes la perfecta aura que ilumina la noche
con lámparas febriles que tocan la nupcial,
abriendo paso a paso los oros del derroche;
cual plintos los vestidos de la reina feudal.

V
Que sabia tan común pronuncias de tu boca,
con dádivas las frases que fulguras al viento,
palabras melodiosas que tu romanza evoca;
a las tristes veladas del sutil sufrimiento.

Vienes pálida y ligera cual diosa fantasmal
¿Vendrás a apaciguar la trágica agonía?
de este pobre lascivo que en las horas de mal,
solamente desea la luz de la armonía.

VI
No quiero ni un segundo de tu lado alejarme,
la distancia me aqueja aun estando cerca,
mujer dame la esencia para poder quedarme
en la dulce mirada que a tu pecho me acerca.

Las horas del ocaso me fastidia en la aurora
y al abrir la ventana fastuoso hallo el viento
ráfagas de fulgor ingresan en la hora,
como brisa del mar de un pacífico tiempo.

VII

Que grácil la paloma gloria de las estrellas
aquel día sin alas vio al Cristo melancólico,
pues volar no podía y siguiendo sus huellas
deseó ser curada con su espíritu armónico.

En un rincón un vago con manos de labriego
amasaba ferviente las celestiales rosas
y en el campo del mundo vagaba como un ciego,
por la aras fragantes de unas adelfas rojas.