La otra cara

poema de San Brendano

Describir el punto de inflexión suele ser más difícil. El muchacho tapizado contra la hiel irradiaba un destello lumínico en aquella trampa de escarcha y hielo. En aquella escarcha, un pasadizo de perla buscaba simpático un escondrijo donde habitaban animales de helada y súbitamente, un sendero colgando perennes luces con manoplas de hilo de seda y hombres congelados entre dulcemenes de arrobo, platino y ocre. En las ventanas, cenizas de Chipre, tierras de Etiopía y barnices súbitos arrendando la hilera de cofres multicolores por espejos cristalinos donde las diosas del agua blandian su cuarto poder el del líquido real. Sonajeros de metal chasquibaban entre matices lúcidos, animales y trofeos de leones entrecanos caminaban rumeando sin voz, gimiendo, gruñendo hasta que la voz solo era un constante suicido de palabras pentafonicas.  En la tierra del más allá, también hecha un anís de helada, príncipes y corsarios legendarios estaban sepultados entre matorrales idóneos. Si alguno se sumergiese en las profundidades, moriría de fuego pálido por las habidas fiebres que despertaban los muertos. El hedor era turbio, la belleza del eco era distante, el susurro de los muertos, atroz. Connotaban una minúscula parte de vida pues sus ojos hechizaban a cualquiera, eran de tormenta y murmuraban en la distancia de la noche fantasmal. Sacudidos por animas, los Cleo-Gol, espectros de la oscuridad, que eran blazones de espíritus sin cabeza y altos como cuatro metros, fornidos y duros, usaban sus espadas para matar a los intrusos que descendían a la fuerza sobre el inframundo de las Yukis, junto a ellos, los Neo-peli. Espantos de cincuenta metros que no tenían alma, eran violetas y verdes sin sentimientos y antiguos dioses como reyes de antaño. Fundidos por la codicia y el espejo de la inmortalidad, solo mujian para servir a la Yuki mayor, Athena.

El pedazo de hielo donde el joven se hallaba empezó a ceder, haciéndose un hilo de agua y baba, hasta que solo quedó la cabeza congelada, donde Athena bebía la sangre del joven en un cántaro de miel. La piel roja desapareció y solo quedó el joven mirando hacía ella con miedo. Se animó a preguntar:

—¿Es este el lugar de mí muerte? ¿Aquí seré enterrado por la eternidad?

Athena mascullo con la boca palpitando la sangre en sus colmillos de acero.
—Tú, decidiste venir a morir aqui. Nadie te obligó. Cada hombre elige su destino.
—Yo, no elegí morir.
—Elegiste, viniste adónde gobierno, no tuviste respeto por mis hermanas y trajiste las tradiciones de tu pueblo para encerrarnos en cajas de madera como las Ninfas, por belleza y dinero, como si fuéramos baratijas.
Él dijo su nombre:
—Soy Gilberto de Magdala. Antiguo príncipe de Asturin, en Argorea. Futuro rey del mismo. Mí deber era darle paz a mí pueblo llevándoles una hechicera que supiera leer los espejos de la muerte. Dicen que tu pueblo adivina sobre los huesos de los difuntos, come la carne de sus heridos y habla en jaculatorias que ninguno ha oído antes.
Athena bebió su copa de un tirón.
—No es del todo mal dicho. Mis espejos son de muerte, mis caminos de locura y mis actos de sarnia completa. Más devoto he hallado en mí antiguo hombrecillo que congelé en días, donde comí su cuerpo y absorvi su sangre con mis dientes. Han permanecido diez días en congelamiento y no se han quejado, porque los he dejado morir lentamente en su cárcel.
—¿Algunos de ellos, pudieron volver salvo a casa?—gimió en desesperación.
—Nunca. Jamás. Nada es nada y conmigo, solo es frío y dolor.
—Es verdad que encarcelas a tus muertos.
—Es verdad que mató sin distinción.
—Por sangre y fuego, por luz y oscuridad. Por hambre y maldad ¿Quien podrá librarse del genio de Marena, la imponente, de su escultura y su desagrado? ¿Seré yo el que muera aquí sin poder volver a ver a mis queridos familiares?
Athena, beso su frente.
Le mostró su espejo de maravillas, y tomó su mano contra la suya, entrelazandolas, Gilbert, casi se congelaba. Pero aún así, sentía la conexión más allá de su miedo.
—Joven, hay cosas peor que la muerte.
—¿Como cuales?
—La tortura es una de ellas y como te sacare los ojos es una de tales. Gilbert, se corrió pero Athena hundió sus dedos en sus ojos y extrajo ambos dejando dos piscinas de negritud en ellos y sangre, Gilbert cayó al suelo como muerto, Athena le coloco dos lentes de hielo en el.

Gilbert perdió tanta sangre que Athena volvió a sonreír sin lamentar que ahora devoraba los ojos de su mascota en su cena de noche...