Lumen de paz.

Lumen de paz.

No conozco más guerra
que la de posicionarme al alba,
y en vertical contienda conmigo misma
ver pasar las insurrectas curvas de la vida.
Enamorada de mi ombligo, dispuesta
a la conservación en frío,
anhelo la fiereza de esos disparos
que levantan tapas de sesos
entre las lorzas sedientas de los parques.

Afuera alguien tiene un arca de Noé
donde no seré escogida en perpetua
estirpe de guerreros.
Para partir a tierras secas
necesitas haberte mojado antes.
Nadie intenta que un gato escaldado
arda en lo venidero de la sangre.
Yo,
soy veterana de piernas aplomadas
malherida y denigrada en la tumba
del soldado desconocido.

Machacona instructora de impíos aguaceros
pues,
la paz no está conmigo.
Esa paz de arrullo y superlativas caricias
yo me niego.
A pesar de ello, me redimo día a día,
o eso creo
cuando en el espejo se delata la fiebre de otro lenguaje.

Cansada,
me pierdo los cónclaves del ungido.
Las camisas huecas de la noche
saben del silencio casi tanto como yo,
y me agota,
la costumbre intacta
del movimiento en reducido radio
donde sólo nos alcanzan las balas
que hemos escupido nosotros.
Las brechas en las nubes que siempre se abren
un minuto antes del ataque,
las pólvoras consumidas en guerras
que eran de otros,
besando de la herida su inconclusa utopia.

Y entonces,
se opta por la quietud
descompuesta a toda posibilidad sorpresiva.
Con las posiciones exactas para no morir
con las posiciones exactas para no pisotear
más cádaveres.
Afuera sigue la guerra,
la de pan, de calambre
de tos, de techos, de llantos, de nanas de cebolla,
de corderos y lobos,
la guerra de los cien días y las mil noches.
¿Verla pasar o ser desembarco de Normandía
en la misma boca del grito?
La guerra no se busca, se encuentra,
¿ La paz?
La paz es como la palabra adecuada
si se busca, no se encuentra.