Ceniza.

Dulce ceniza, esparcida por el viento. Aún recuerdo tu forma. Tu figura en el mundo material, que ahora es por poco sombra cada vez más dispersa, perdida, en la luz de mi presente, pero que aún acecha, que aún desliza en las fisuras del cerebro y no permite pestañear.
Dulce ceniza, de un ave que no es fénix, eres como basura en el ojo, como un mosquito en la madrugada, como un trabajo de oficina que llega inopurtuno en la resaca.
Y sé que esta memoria ya no se refiere a ti, sé que estas páginas nunca tocaran tu corazón, puesto que no es a ti a quién escribo, si no al polvo, a la cicatriz, al pasado ya olvidado.
Pero a veces me sorprendo, observando esta partícula que aún queda, que apenas es visible y no creo cómo ese mundo en cenizas fue a quedar.
Y te busco y no te encuentro y te vuelvo a buscar y veo que efectivamente, fue la mejor de mis decisiones.
Le soplo a la ceniza, prendo un cigarro, miro a la ventana y combato al insomnio con esta letra de amargura, mientras los grillos a mi puerta, chiflan las canciones de la soledad.