Carta a cupido

Príncipe anhelado que vaga sin rumbo:
le suplico un instante de escucha.

Debe sentirse exhausto
por su labor incansable
siglo tras siglo,
vida tras vida,
viendo perecer al amor y a sus esclavos.

Poderosa figura:
son cadenas y no flechas
lo que arroja sin piedad.
Yo lo he visto,
en cada valle que atardece
o en las lágrimas aladas
que planean el cielo en las despedidas.

Su imperiosa presencia,
quien desea ser juez y verdugo,
debería conocer que no hay acción
sin consecuencia,
ni deseo que no implique condena.

Por esto, y por más,
le cito a un duelo a muerte
en el amanecer del último día,
para que sean los golpes
y no su infame dictadura
quienes den el próximo aliento
a la libertad del amor
y su predilección por la ternura.

Atentamente:
Su asesino.