El Espejo

Esther había escrito en un papel una nota ininteligible, su letra más que haber cambiado con la edad, se había hecho corta, breve, inexplicable, descompuesta. Aunque su memoria se hacía cada vez más contingente, ingente, invariable. Ahora, se ha despertado de un sobresalto, y corrió al espejo del baño, allí debía estar de pie, debía mirarse de una sola toma, como un primer plano en el cine. Ya no puedo aguantar más, me quita la vida, la preocupación me mata, nada me alimenta. ¿Donde se ha metido? ¿Donde esta?, ¿Qué le retiene? Tan pronto como llegue le quito las llaves, le cogeré por el cuello, le echaré a patadas. ¿Tu mamá dime que harías? Ten paciencia mujer, no seas así , sabes como es él, tú le has criado. Espera. El espejo le devolvió su cara, pero ya no era ella, sino su madre muerta, no, los muertos no reviven ni como fantasmas, ni como mareas ligadas a los astros, pero sus palabras si son siempre y para siempre nuestras. Ya no mediaban gritos entre ellas, ya no había reproches, ni desacuerdos, solo el consejo viejo, hecho de calor, de vergüenza, de buen tino. Esther se duchó rápidamente, se vistió, no se secó el pelo, y salió a comprar al bazar, aun la furia la engullía la entrañas, que poco nos hace perder el nervio, avanzar como leonas heridas. Pidió tres botellas de whisky de miniatura, eran más adaptables a las dimensiones de su bolso. Se podían camuflar, un vaso de plástico, una coca-cola, y aparecería un cuba libre en la mano. A veces ayuda saborear algo que nos apena menos que la vida. Ya eran las once, la cita con la abogada, habían sido acordadas en una hora. Esther sosteniendo su ira le llamó por teléfono, como si la distancia pudiera reducirse con la voz. ¿Donde estas? En la carretera. ¿Que carretera? La de Toledo, voy a entrar en Madrid? ¿Que haces ahí? Me desperté tarde. ¿La cita es en menos de una hora? Ya lo sé, hay tiempo. ¿Tiempo? Un grito infrahumano más allá del animalesco le penetro el oído. Y apartó su móvil del oído con un dolor agudo, penetrante, desproporcionado. Esther colgó el teléfono. Se apresuró a volver al espejo, ojalá que la policía le pare, y le quiten el coche de la mierda, que le encierren en un calabozo por no cumplir con la ley. Tú, que dice Javi? otra vez que su imagen en el espejo, permitía que su voz le dijera algo más humano, más claro, más real que la cara del espejo, frunció el ceño. No seas burra, tú le quieres, es tu hijo. Como vas a cambiar nada si empeoras las cosas!, no seas intransigente, ten calma, ten calma. Javi era su hermano, había muerto ese mismo año, de un cáncer raro, ilegítimo, pero la muerte si es legítima. La paz entre ellos nunca habían sido un bien mayor, las peleas, los insultos y la lealtad convertían cada argumento en un lío que solo un portazo, o un vete a tomar por culo podía deshacer. Volvió a sentarse, tomo un café recalentado, encendió un cigarro y absorbía su ira, sus reflexiones, y se calmó, se dijo algo al oído, que no puedo imaginar. Limpió el fregadero, no se puso los zapatos. Esther no podía imaginar ningún suelo que no estuviera limpio, pulcro como una patena y los zapatos con alfombra o sin ella acarrean con la suciedad de Madrid. Solo quedaba media hora para cruzar la ciudad, para presentarse en el bufete. Volvió a llamar, ahora podía contenerse. ¿ dónde estas ahora? He llegado. A dónde? Vociferó. A recoger a mi amigo para que sea testigo, pero no encuentra su carnet. Esther no respondió. ¿Me llevo a su mujer que si lo tiene? ?Tú que crees? esa fue una respuesta desinteresada, expoliada, como el que ya ha perdido toda esperanza. Esther llamó al abogado, para explicar la tardanza, la abogada aparecía reconciliadora y despreocupada. Por favor, no se retrasen mucho. Un hilo de resentimiento le invadió, sería posible que toda su ira y deseos de venganza hayan sido en vano, que la hora de una cita fuera un requisito banal, insignificante, que solo la comparecencia en un marco de tiempo oportuno, satisfactorio bastara. EL hijo llamó al contestador automático, había por fin llegado, se puso los zapatos de tacón y plataforma. Esther nunca se había reconciliado con su estatura, y los centímetros añadidos tenían un valor calculable, preciso, ventajoso. Entro en el coche y saludo. Buenos días. Sabía disimular con la voz, pero no había amaestrado el gesto. Darío prefirió no decir palabra alguna. Ya Javi y su madre le habían advertido, que la presencia de los testigos era un favor, y que no debía incomodarles. Su calma era patente como una consigna, esas conversaciones con la familia que ya no se contradice o maldice habían sido la cura a su temperamento y aún más a su sufrimiento. Ya se decía ella, que cuando estaban vivos, que habría querido cambiarles, mejorararles, hacerles mas expertas, prescribirles a su pensar, perfilar sus conductas, deshacer adicciones y peligros. Pero con los muertos no hay afrenta, no hay necesidad de cambio alguno. El requisito había sido cumplido y habian abandonado el bufete con las firmas puestas en su sitio. Esther como forma de concordia dijo con una voz firme , amable, destinada a auyentar agravios pasados.La puntualidad no es tan importante. Uno de los testigos cuyo DNI se había ausentado, o desaparecido respondió con naturalidad. Yo creo que la puntualidad es muy importante y agregó alguna otra cosa. Esther se revolvió en su asiento como un animal herido, encerrado, con hambre. Contenía su ira, retorciéndose las manos solo podría salvarla una vez más los que habitan en el espejo.